No son las palabras pronunciadas las que revelan las intenciones reales de un gobernante, sino sus decisiones, actitudes y el patrón de sus comportamientos; es decir, su praxis. A su vez, es observando con cuidado la praxis de un político que podemos entender el significado real que un gobernante atribuye a las palabras que utiliza. Es decir, podemos desenmascarar la manipulación, la corrupción, y la perversión que se hace de las palabras. Hoy esto es un ejercicio de comprensión y de resistencia necesaria, porque si la calidad de las palabras utilizadas son un indicador de la salud de una democracia, no hay duda que las palabras y las democracias no se encuentran en un buen estado de salud.
Escribo esto pensando en la utilización, o más bien la manipulación, que el alcalde Quintero hace de las palabras, creando efectos perversos y peligrosos para la ciudad de Medellín, que hoy enfrenta la amenaza de un repentino retroceso respecto a lo que ha sido construido con orgullo. De hecho, no podemos olvidar que las palabras no sirven solamente para narrar una historia, sino también para generar imaginarios colectivos y crear realidades. Por ende, la manipulación de la palabra, hoy practicada ingeniosamente por líderes populistas, desde Donald Trump hasta Daniel Quintero, genera el desgaste y la pérdida de su significado. A su vez, la manipulación del lenguaje lleva a una mortificación de la democracia y a una disolución de la sociedad. Entonces, no es exagerado afirmar que uno de los mayores daños de la mala política es la corrupción del lenguaje, como consecuencia de un vaciamiento o una perversión del significado de palabras que están originalmente llenas de significado y por tanto de fuerza.
Por ejemplo, Daniel Quintero se asocia intencionalmente a sí mismo con la palabra “independencia” para dirigirse a una ciudadanía profundamente desencantada de la política; clasificándose como independiente, Quintero ha querido crear la ilusión de ser diferente de los políticos tradicionales y corruptos. Pero sus prácticas contradicen, y pervierten, el significado original de la misma palabra “independencia”. De hecho, estamos descubriendo que Quintero depende fuertemente de los círculos de poder de Vargas Lleras, César Gaviria, Luis Pérez, además de las maquinarias políticas de Itagüí y Bello. No hay nada más tradicional y viejo en el manejo de la politiquería que Daniel Quintero.
Más bien, sus actuaciones revelan que para el alcalde independencia significa liberarse de todo lo que le estorba a sus ambiciones de poder, como lo pueden ser gerentes, funcionarios y juntas directivas competentes. Así mismo, si antes las palabras “gobierno corporativo” indicaban un mecanismo de construcción colectiva, basado en la competencia y el respeto de la institucionalidad, hoy Quintero hace coincidir el “gobierno corporativo” con la práctica de gerentes, funcionarios y juntas complacientes y que en lugar de responder por sus actos frente a la ciudadanía, le responden, en algunos casos, a sus padrinos políticos. La manipulación de las palabras es la manipulación de una realidad. Lo que como ciudadanos tenemos que hacer es reapropiarnos del significado original de las palabras que la mala política ha brutalizado.