Somos un pueblo extrovertido, que vive de puertas para fuera, eterno fugitivo de la intimidad familiar. Por lo que sea. Porque el trabajo sacrifica el sentido hogareño; por la cultura machista que propicia la cotidiana evasión del padre y el implacable encarcelamiento de la mujer a las labores domésticas; por el desarraigo familiar que hace que los hijos tengan la casa como un simple punto de referencia del que mejor es estar ausentes. En fin, la casa como prisión, como hotel o como simple dormitorio....