Por Mario de J. Mejía G.
Para conseguir un techo propio en donde albergar la familia, luchar a brazo partido para sostenerla y educar a los hijos, es necesario más de media vida: 25 a 30 años.
Sin embargo, el tiempo tan fugaz pasa sin darnos cuenta y llegamos a la edad de los sesenta o sesenta y cinco años, y llega la jubilación, a veces inesperada. Continuamos luchando y buscando otras actividades, casi siempre poco lucrativas, pero lo hacemos gustosos y contentos, pues nos autoevaluamos y pensamos que valemos mucho... somos “Héroes”.
Eso era una realidad antes de la pandemia famosa, hoy la realidad es otra: no se valoran nuestros conocimientos y experiencias, nos califican como carga para el Estado, presto a ocupar un puesto en la UCI.
Estamos en un mar de contradicciones: si es un profesional joven no lo colocan o le ofrecen salarios inferiores, argumentando que carece de experiencia; y si es mayor, cuando ya obtuvo la “experiencia” tampoco lo colocan, por viejo. Es la mentalidad torcida y dañina.
El confinamiento obligatorio para los adultos mayores en forma casi permanente y continua no es la solución, más que nadie sabemos que tenemos que cuidarnos, somos conscientes de los riesgos y peligros. Somos responsables.