Si durante las fases más duras del Covid-19 reconocíamos al personal médico y de servicios básicos como los actores civiles de primera línea para afrontarlas, en la “nueva normalidad” -esa mezcla necesaria de riesgo sanitario por apertura productiva- es urgente reforzarla. Hay dos actores esenciales en esta nueva etapa, en clave de creación de más esperanza de progreso social: los maestros y los empresarios.
El progreso social -entendido como entornos más dignos para todos- depende de la confianza y la cooperación. Para establecer vínculos personales, ambientales, económicos, sociales, políticos, emocionales y espirituales, que nos identifiquen colectivamente. Relaciones conscientes, constructivas, respetuosas e inclusivas, que definen el ser y el hacer comunitarios. Las sociedades no son más gente, son más y mejores relaciones entre las gentes.
En términos de salud mental, bienestar económico y logros educativos, los resultados de la pandemia son gravísimos. Hay mucha pero mucha gente afectada. Pero el contexto es aún más retador, pues nunca como antes es tan necesario enseñar qué significa vivir en comunidad; estimular propósitos para buscar entre todos un mundo mejor.
En este contexto, los maestros y los empresarios devienen actores fundamentales. Los primeros porque necesitamos con urgencia que nuestros jóvenes crezcan exponencialmente en cultura ciudadana solidaria; en “más nosotros”. En compromisos y actitudes hacia el bien común. Los segundos, porque el ambiente por excelencia para realizar las capacidades de las gentes y encontrar trabajo decente, esencia del vivir, es la empresa. Sin cuidarnos entre todos y sin empleo, no saldremos adelante.
Ese papel crucial de dichos agentes, requiere actitudes y competencias específicas. Son urgentes rectores y maestros con una buena formación en competencias socioemocionales; y en liderazgo transformador. Docentes con capacidades para que en nuestros jóvenes crezca la autonomía y la confianza; y las habilidades de relacionamiento y de colaboración. Y que entiendan la cultura como la capacidad de ubicar las cosas “en algo más grande que sí mismo”; de “comprender en qué estamos inmersos”. Y en consecuencia, suscitar en ellos un interés superior en ser parte activa de la creación de más y mejor sociedad.
Y si bien aplicable y necesario también para los maestros, hay otra competencia que sobre todo se espera la ejerzan los empresarios; que haría posible el papel que la sociedad espera refuercen ellos en momentos tan críticos. Se trata de liderazgos que inciden en políticas y procesos innovadores que crean riqueza social. Que entienden que el objetivo esencial de la actividad empresarial no es ganar sino seguir jugando. La función de valor compartido de largo plazo, que diferencia al empresario del simple negociante.
Necesitamos empresarios dispuestos a renunciar conscientemente a ganancias e incluso a perder en la actual coyuntura, manteniendo como objetivo superior la actividad económica, el aparato empresarial creado, como el pilar fundamental de la sociedad en el largo plazo. Y los maestros igual: que piensen más en su papel crucial en estos momentos en el ciclo de vida educativa de los niños y los retos de pérdida definitiva de una sana socialización y menos en solo reivindicaciones gremiales de corto plazo.
¿Qué tenemos que hacer entre todos, con un papel crucial del Estado, para que la escuela y la empresa se fortalezcan como los ambientes por excelencia de construcción de progreso social?
* Expresidente de Proantioquia