Daniela, una niña despierta y con ganas de aprender, empezó su último año de colegio con mucha ilusión. Allí, en las afueras de Medellín, recibía un desayuno con cara de almuerzo que para ella era la mejor comida del día y regresaba a su casa por la tarde al terminar la jornada complementaria. Desde que empezó la cuarentena, escasamente estudia un par de horas al día, no todos sus compañeros cuentan con las herramientas para estudiar virtualmente y algunas veces, en menos de una hora, están pensando qué hacer el resto del día.
Montando en bicicleta, al pasar por las casas al borde de la carretera, imaginaba a esos niños con la ilusión de poder aprender lo que desde marzo se quedó en sus cuadernos, de ver a sus compañeros, porque la educación no solo es instruirse y adquirir conocimientos, también es aprender a relacionarse y formarse como seres humanos; poder dejar de trabajar si es que están ocupados y no tienen como alternativa el crimen o la violencia.
No podemos ser indulgentes ante el prematuro anuncio de la Gobernación de Antioquia sobre el no retorno a clases presenciales el resto del año. Además de la complejidad que supone para los gobiernos reactivar la economía y que la pobreza no supere en víctimas a los fallecidos por el virus, se le debe sumar la falta de educación que es la clave para el desarrollo sostenible y la reducción de la pobreza.
No regresar a las aulas, al menos en municipios con baja afectación por el virus, es una pérdida que afectará a las generaciones futuras. La deserción escolar aumentará y el costo será enorme en términos de abuso, desnutrición y salud mental. El número de niños que trabajan había caído en el mundo en un 40 %, sin hablar del incremento del riesgo de ser abusados, que podría subir hasta en un 25 %, según la ONG Save the children.
Decir simplemente que la pandemia profundizó las crisis, es desconocer la prioridad y negarse a afrontarla con creatividad, así como se han encontrado soluciones, con el apoyo de la empresa privada, a la falta agua potable en las instituciones educativas. Hay otros riesgos, como las preexistencias de los maestros o el transporte público, pero los beneficios son superiores y cuando sea seguro se podría conseguir que los niños regresen al colegio.
Se pueden tomar dos caminos: justificar con excusas, todas válidas, el porqué los niños no pueden volver, o, con perseverancia, decisión y cooperación, lograr que regresen a las aulas en momentos en que se necesita que los menos favorecidos de hoy, sean una generación educada en el mañana.
Nota: Ojalá la ausencia del gobernador no impida que se pueda en enderezar el camino.