Es difícil recordar una indignación mayor que la generada por la venta de Isagén. Exceptuando a la alta burocracia oficial y a unos cuantos subalternos políticos de Santos, Mauricio Cárdenas y Vargas Lleras, muy pocos han defendido un proceso que mientras más se conocía más repudio causaba, tanto por el contenido de la pésima idea como por la forma inicua como la perpetraron.
La sola propuesta de privatizar a Isagén unió al país, coincidencia que se expresó en que 80 senadores, de las más diversas banderías, nos declaramos en contra. No era para menos, pues no la vendían por ser una mala empresa sino por ser una muy buena, dadas sus excelentes utilidades y valor estratégico en aspectos irremplazables de soberanía nacional, generación eléctrica,...