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Cuenta El Colombiano (9 de junio), que el alcalde Federico Gutiérrez les pidió la renuncia a Diego Mauricio Jiménez (secretario de Innovación Digital) y a Juan Esteban Gómez (subsecretario del mismo despacho), tras haber perdido la confianza en ellos por fuga de información en favor del equipo de Daniel Quintero y el posicionamiento de una empresa para captar contratación a futuro. Al hacerlo, les aceptó la dimisión y quedaron descabezados.
Se suma a ello, que el 14 de febrero del año que avanza, el burgomaestre le pidió la renuncia al secretario de Cultura, Manuel Córdoba. También cayó el desleal funcionario. Si vamos al escenario nacional, el presidente Gustavo Petro le pidió la renuncia a la gerente de RTVC, Nórida Rodríguez (por irregularidades en la contratación), el 3 de abril último, al igual que le pidió la renuncia a Sandra Ortiz (consejera para regiones) por vinculación con el caso de corrupción de la UNGRD, el 4 de mayo pasado.
¿Cuál es el factor común de todos estos eventos referidos? Que eran empleados de libre nombramiento y remoción y podría haberse actuado bajo la facultad discrecional de la declaratoria de insubsistencia. Sin tener que pedir renuncias. En derecho laboral individual, se conoce la renuncia del trabajador como “la manifestación libre y espontánea de la intención de poner fin a la relación laboral y, en tal virtud, terminar el contrato de trabajo”.
Cuando hay pruebas (y es muy fácil reclutarlas), el derecho laboral castiga esas “renuncias provocadas” con una figura que se conoce como despido indirecto o autodespido y obliga a indemnizar al empleador que fuerce la decisión. Por supuesto, el despido es el antónimo de la renuncia. En nuestro medio, falta asesoría para manejar renuncias: no es para pedirlas a los cuatro vientos. Cuando se presentó el acuerdo de integración empresarial entre Hewlett-Packard y Compaq, le pidieron la renuncia al director de HP, que era nada menos y nada más, que el hijo de uno de los fundadores de la compañía.
El ejecutivo los escuchó, le afirmaron que debía dimitir para allanar el camino de la fusión y este les respondió: “No renuncio. Como renunciar es un acto voluntario, quiero decirles que mi decisión es no hacerlo. Despídanme y punto”. Calzones puestos. Es hora de las que las entidades, los funcionarios y las juntas directivas, le den manejo a este tema de las renuncias. Pedirlas, es rutina. Pero esto requiere arte. No es divulgando a los medios que se “pidió la renuncia”, como se le da salvaguardia a la entidad. Tanta impropiedad y tanta manera irresponsable de actuar, que es una prueba en disfavor, debe revaluarse.
Pedirle una Junta Directiva la renuncia al gerente cuando va mal, podría ser una decisión natural. Pero no hay que ser bocones con este asunto. “Se acordó la salida”, es parte de la diplomacia y del respeto. Es lo mismo, pero distinto. Dejar el rastro de lo que se pide, equivale a enterrarse el cuchillo.
Falta manejo y sobra emotividad. Y en el derecho prevalece la fría razón. La palabra “renuncia”, como acepción legal, es ya un arcaísmo de nuestra lengua. Que en paz descanse.
