“Las preguntas adecuadas formuladas en el momento preciso tienen el poder de cambiar la historia”. Así comienza la noticia sobre la muerte de Riccardo Ehrman que escribió Daniel Verdú el jueves pasado en el diario El País de Madrid. Ehrman fue el periodista que precipitó la caída del Muro de Berlín tras preguntarle al portavoz de Alemania del Este, Günter Schabowski, cuándo entraría en vigor el nuevo reglamento de viajes que permitiría cruzar al otro lado del Muro. Schabowski, algo confundido, contestó: “Hasta donde yo sé, de inmediato”. Su respuesta, que fue un error, condujo a miles de ciudadanos hacia los controles fronterizos, se abrieron las vallas y Europa dio por finalizada una época dolorosa de su historia.
Es un arte el saber preguntar. No sólo en el mundo del periodismo, sino en múltiples oficios. Un terapeuta, un penalista o un médico se entrenan para hacer preguntas precisas y basan gran parte de su eficacia en esa capacidad inquisitiva que solo la experiencia consigue desarrollar. Hacen parte de esa gente que acepta el consejo que dice que “es mejor finalizar menos frases con puntos y más con interrogaciones”.
Quizás no exista ningún avance de la humanidad que no haya partido de una pregunta. Y, a veces, repetirla frecuentemente le da sentido a la existencia. Arno Penzias, premio nobel de Física en 1978, solía levantarse con una misma pregunta cada día: “¿Por qué estoy tan convencido de lo que creo?”. Eso es lo que podría llamarse una pregunta poderosa, que en su caso lo mantenía atento al trabajo y con la mente despejada y abierta a la creatividad.
Pero es tal vez en las relaciones personales donde más se debería ejercitar. Hacer uso de la inteligencia emocional que se tiene para entender al semejante. Y atreverse a lanzar preguntas de esas que son necesarias y le dejan ver al otro que lo que le sucede importa. De esas que permiten descubrir al interlocutor y despedirse sintiendo que algo se ha aprendido tras esa charla. Porque es el interés genuino el que las hace aflorar.
Las preguntas bien formuladas no sólo pueden cambiar la historia y tumbar muros. También están en capacidad de transformar la vida de una persona al demostrarle que lo que pasa le interesa a alguien. No por fisgonear, sino porque realmente lo que le sucede cuenta.
Eugène Ionesco, el gran dramaturgo rumano del absurdo, lo resumió así: “No es la respuesta lo que nos ilumina. Es la pregunta”