Había que reservar la visita, pues los protocolos así lo exigen, volví a caminar por esa calle que hacía meses no frecuentaba, un par de locales vacíos escenifican con su letrero de Arrienda el lado macabro del hoy, más adelante una enorme planta de mafafa reclama su espacio en un pequeño jardín bellamente cuidado, detengo la marcha y bajo las escalas que conducen al lugar de la cita, en la puerta está quien dirige la galería recibiendo de manos de un hábil dibujante los retratos que él hizo de ella y su familia todos con tapabocas, el artista carga en su mochila unos hermosos claveles que parecen trazados con el rojo de sus dibujos. Ingresamos al edificio que se hace mayor con una dignidad y belleza que asombran, lo que fue la recepción del primer hotel boutique de esta ciudad es hoy Lokkus, una galería que acoge las reflexiones plásticas que varias mujeres artistas realizaron durante la pandemia, “Con esta boca, en este mundo” es el sugestivo título de la muestra que la curadora Érika Martínez Cuervo ha tomado prestado de un bello poema de la argentina Olga Orozco (1920-1999).
El espacio me acoge con su silencio, me gusta ese sentido casi místico de ciertas galerías y de algunos museos, esa soledad que conmueve e invita a la reflexión es un regalo que recibe mi alma, muchos rezan, yo acudo al arte cuando procuro sosiego o necesito agitar el espíritu. En una muy larga pared están dispuestos un video, un dibujo en blanco y negro, una serigrafía, tres viejos carretes de película que activa la mano y construyen frases que evocan. Dos obras en las que la artista silencia la voz del agresor al borrarla de los textos, ojalá esa operación fuese tan simple. Paro. Juliana Góngora es una joven escultora dotada de una sensibilidad exquisita y obsesionada con el tejido, sus obras con hilos de leche, hilos de araña o tejidos de arroz son de las más conmovedoras de la plástica actual. Cien pequeñas “lengüitas sagradas” tejidas en fibra de cumare emergen de la pared, cada una de ellas tiene en su interior semillas de chocho tigre y cascabel, la artista ha realizado un trabajo colaborativo en Florencia, Caquetá con la comunidad Koreguaje y su taller Masipai “gente sabia”. Cada lengua está elaborada con la intención de sanar y está tejida en los colores que identifican a los clanes que componen la comunidad. El cumare se emplea para combatir la tartamudez que solo se cura en la niñez, para los Koreguaje ella significa no hablar en la verdad.
La artista resume así su experiencia: “para la comunidad Koreguaje, la lengua propicia el soplo y el soplo es el aire. En el soplo sale vida ... el soplo con fuerza moviliza la intención del espíritu en sonido. El sonido se articula y se vuelve verbo en la palabra. Hablar es crear y nuestra responsabilidad es cuidar de lo que creamos ... es fundamental iniciar diálogos colectivos, porque estar en comunidad es estar en resistencia ... debemos volver a la sabiduría de la palabra ... recuperar su valor, la expresión de la humanidad es tartamuda e indecisa.” ¡Curémonos!.