Tengo razones para el escepticismo frente al trabajo de ciertas fundaciones y corporaciones que surgen por cientos, no sé si por negocio o por verdadera convicción. Pero también he tenido el privilegio de conocer, casi que por dentro, algunas por las que siento un gran respeto y gratitud.
La Fundación Conconcreto encabeza la lista, porque empezó a construir paz hace treinta años, cuando la violencia en Medellín se hizo evidente y no se hablaba de posconflicto por ninguna parte.
El de Karol Gallego Valencia es un testimonio entre miles. Conoció la Fundación a los cinco años, y supo del anhelo: Anhelaba el agua, los amigos, el juego y los sábados, día de reunión del semillero, más que nada en el mundo. En ese momento, sin que lo supiera, fue salvada...