Cuando no se derrumban los sueños por torpezas del hombre, caen por daños causados por la naturaleza. Cuando Colombia comenzaba a recuperar su economía, aparece el coronavirus y origina estragos tanto en la salud pública como en el empleo, la producción y las finanzas públicas y privadas.
Los pronósticos que hace el ministro de Hacienda son preocupantes acerca de lo que le espera al país y por supuesto al mundo. En especial a las naciones emergentes entre las cuales está Colombia. Alberto Carrasquilla pronostica que “este segundo trimestre podrá ser el peor de nuestra historia en materia económica”. No hace tremendismo. Es la dura y cruel realidad frente a la cual debemos estar alertas y preparados, con disciplina para que los efectos negativos sean menos perturbadores.
La economía colombiana está en peligro de perder el grado de inversión. Dos calificadoras de riesgos empezaron a poner la lápida sobre las espaldas. Con ello se encarece la deuda externa que tendrá que aumentarse por la carencia de recursos fiscales para atender los gastos originados en la pandemia y en lo recesivo de la actividad económica. ”No hay más remedio que elevar la deuda”, sentenció el ministro de Hacienda. Estas y generaciones futuras deberán echarse sobre los hombros las cargas pesadas para amortizar las acreencias.
Se juntaron todos los astros para llevar a la crisis. Aparece el virus que arrasa vidas humanas y presupuestos de bienestar. La comunidad mundial y nacional se encierra para evitar irradiar contagios. La economía se petrifica. La desocupación –cuyas cifras ya vaticina el ministro Carrasquilla que “serán muy malas”– y el hambre, aparecen en el escenario de unas sociedades confundidas. Se plantea el dilema entre conservar la vida humana o hundir la actividad económica. Irrumpen en el tablado funcionarios populistas y organizaciones economicistas que se polarizan, sin conciliación alguna, entre vida y finanzas. Voces como la del Nobel de Economía, Paul Romer, encaminadas a resolver la disyuntiva para escoger entre salud pública y economía, a través del aislamiento de enfermos y reorientación de la política pública para que el proceso productivo no sucumba, son asordinadas.
Las fuerzas vivas, productivas y sociales de la Nación, deben prepararse para afrontar tiempos de dificultades. Serán ciclos en donde se deberá manifestar la capacidad de resistencia que tiene la comunidad colombiana. Ampliar su fuerza solidaria a base de sacrificios y entereza para soportar y superar la tormenta. No sentarse a llorar sobre leche derramada, ni dejar doblegar el ánimo, que debe ser inquebrantable. Y volver a percatarse, para contrarrestar la vanidad, que el hombre, como decía Barba Jacob, “es una leve brizna al viento y al azar”.
Llegó la hora, con tan dura experiencia, de que el país adquiera un Propósito Nacional, como pedía en momentos de incertidumbre Alberto Lleras. Comenzar, a medida que se apliquen los decretos de emergencia que el actual desafío impone, a pensar a largo plazo en la inversión, a través de instituciones transparentes y eficaces, en ciencia, tecnología, innovación, por más que se mortifique el país politiquero, que ha infectado la república con la epidemia de la corrupción.