En agosto, cuando se posesionó el presidente Santos, pensábamos que por cuenta de lo vivido durante la campaña, los siguientes cuatro años podrían ser difíciles en términos de gobernabilidad. Sin embargo, el buen comportamiento de la economía y en particular de la inversión, así como el hecho de que Colombia se destacara a nivel internacional como uno de los países de mayor crecimiento, nos daban cierta tranquilidad e incluso llegamos a creernos el cuento, a pesar de las advertencias, de que el país estaba blindado ante cualquier perturbación internacional.
El cimbronazo llegó rápidamente, el sueño se desvaneció y el pesimismo se impuso. Y, no sin razón. La caída vertiginosa del precio del petróleo y su impacto sobre las finanzas públicas, la...