“Han estado siempre tan cerca de la muerte que exprimen la vida al máximo”, dijo de los colombianos el periodista Jorge Ramos. Como muchos, superé bombas de Escobar, ataques terroristas, pescas milagrosas, secuestros, la toma del Palacio de Justicia, magnicidios y asesinatos selectivos y colectivos, y las mentiras de miles de funcionarios y ciudadanos ilustres que pretenden justificarlo todo. La violencia nos ha enseñado a descubrir la geografía del país pero no nos ha enseñado a romper su historia, en este mes de protestas uno siente que vamos entrando en un abismo largo y profundo y que tomará tiempo salir de él, la esperanza que nos permite mantener los sueños está agazapada porque el miedo y la incertidumbre reinan.
Abro el libro de cuentos que estoy leyendo. Su lectura desgarra, se llama Sofoco y su autora es Laura Ortíz Gómez, escritora e ilustradora bogotana. Subrayo: “una diría que la guerra es como las películas de acción. Pero no. Es quieta. Más que quieta es monótona. A la gente la matan y la matan y la matan, pero la guerra sigue. Entonces una siente que no se trata ni siquiera de los humanos. Ni de ganar. Ni de enemigos. La guerra no se trata de nada. Es un agujero que escupe muertos”. Y el sofoco continúa: “Todo en el pueblo es con ellos. A nadie le gustan porque tienen fusil y cabeza de pus. Mi mamá me enseñó que no los mire, y yo a veces me hago la que no, pero los veo. Son como un señor normal, pero con la mirada cagada. Los ojos les huelen mal. Los ojos son en blanco y negro y están podridos. Antes estaban con uniforme, lo malo es que ya no, ya no se sabe quién es quién.”
No clasifico el país en buenos y malos, lo divido entre los que tenemos y podemos y los que no, y eso duele, me gustaría que los millones que solo comen una vez al día pudiesen hacerlo más veces y mejor, quisiera un país más justo con todos. No me identifico con la autodenominada gente de bien que capa filas e impuestos y llena de rejas su condominio y su vida para edificar una burbuja impermeable que les permita desconocer al resto, a esos no quiero parecerme. Desapruebo a los vándalos que promueven la anarquía y el caos como única vía para lograr el cambio, pero soy de los que cree que en la resistencia juvenil están también los sueños fallidos de muchos y que a esos hay que oírlos porque aquí históricamente se han estigmatizado las voces de la calle.
Veo asombrado como unos y otros persisten en el error de descalificarse, borrarse y anularse desde el lenguaje o las armas (mentiras, pintura, bolillo, tanqueta, piedra o bomba incendiaria). Los excluidos no van a dejar de existir porque nos incomode verlos, están en las calles, son millones ... casi la mitad de nosotros.
Oírnos y dialogar permitirá que avancemos. Sueño con un Estado que más temprano que tarde se ponga de pie, nos mire a los ojos y reconozca que se ha equivocado, sea capaz de decir con humildad que ha fallado y nos abrace a todos para poder seguir