¿Cómo quiero estar presente hoy en el mundo? ¿Cómo quiero presentarme ante los desafíos que enfrentamos hoy en día? ¿Con qué actitudes, perspectivas? Son preguntas que se me vinieron a la mente durante los dos meses que estuve en Europa. Después de dos años pude finalmente visitar a mis papás. Me quedé por un mes y medio en la casa donde me crié, disfrutando mucho de los desayunos con mis papás, sentados alrededor de la misma mesa de madera de toda la vida. Entre un sorbo de café y otro, nuestras conversaciones no siguieron un hilo lógico. Recuerdos sobre la infancia, la dolorosa adolescencia, se mezclaron con consideraciones sobre la política italiana, el comentario sobre una lectura y los chismes sobre otros familiares.
Mi mamá siempre me sorprende por su espíritu crítico, por su capacidad de cuestionarse y de cuestionar. Ella fue criada en Austria, en un contexto conservador y religioso. Su papá, el abuelo al que nunca conocí, fue un reconocido líder de la resistencia armada contra Hitler. Había formado un grupo de partisanos de cuatro mil hombres. Hoy veo a mi mamá más flexible, abierta, curiosa. Sobre todo más misericordiosa, comprensiva. Es como si a lo largo de los años se hubiera ido librando de lo que no es esencial e importante. Sin por ello negar su historia, sus valores, sus raíces. Por otro lado, mi papá, que hoy tiene 88 años, mantiene una gran gana de vivir. Para mí es un ejemplo de resiliencia porque desde los 16 años, cuando perdió a su papá en un accidente, hasta recientemente, la vida lo ha puesto muchas veces a prueba. Tuvo que doblarse, pero nunca se rompió. Siempre se recuperó de las adversidades. Como cuando hace unos años se cayó y se fracturó la columna cervical, se sometió a una cirugía delicada y, después de unos meses, como agradecimiento, hizo el Camino de Santiago.
A nuestra mesa se unían de vez en cuando mis sobrinos, trayéndonos un soplo de aire fresco. Caterina, la más grande, que tiene 21 años, estudia construcción de paz en Pisa. Es la tercera generación en nuestra familia que se apasiona por estos temas. Mi abuelo definitivamente dejó una huella profunda. Ella nos contó sobre su novio, su primer enamoramiento. Los ojos le brillaban al hablar sobre este joven, quien es unos años mayor que ella y lleva una barba espesa que enmarca su rostro. En un consejo familiar, alrededor de la mesa, en unanimidad desaprobamos la barba (”parece un talibán”, sentenció mi papá). De esta manera, pasado y presente, y mirada hacia el futuro, se cruzaron en mí durante estos dos últimos meses. Sentí de esta manera la importancia de cultivar al mismo tiempo mis raíces y mis alas. Porque si solo tenemos raíces, terminamos sofocados por nuestras identidades. Mientras que si solo tenemos alas, terminamos siendo como unas cometas sometidas a cualquier ráfaga de viento. Vivimos en una época donde, más que nunca, todo lo que es sólido se derrite en el aire. Necesitamos aquella adaptabilidad que nos puede garantizar ser, al mismo tiempo, raíces y alas