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Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

Aquello de fiarse

La confianza es un estado casi irrecuperable cuando se pierde y se incuba el sentimiento colectivo de incredulidad ciudadana.

hace 3 horas
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  • Aquello de fiarse

Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

La confianza corresponde a evaluar los riesgos y salvaguardarnos. Los colombianos somos desconfiados, entre tantas cosas, de las cifras del DANE, mofándonos con la pregunta, ¿dónde mercarán los encuestadores?, no seguimos las indicaciones del IDEAM de llevar sombrilla. Dudamos de los anuncios de investigaciones exhaustivas hasta las últimas consecuencias, del Waze, porque ¿qué tal y se equivoque? , acumulamos recibos por si acaso y nos ufanamos citando que: “el diablo está en los detalles, al miedo no le han puesto pantalones, más vale viejo conocido... y pájaro en mano que cien volando” Aunque debo hablar con optimismo -no propia de ilusos- y sentido patrio; déjenme lamentar por un rato de la esperanza y la confianza en la justicia colombiana:

Estamos en el país en el que a los delincuentes los cobija la condición de “supuestos”, son sabedores que hay delitos de menor cuantía, que hay una “cosa” que se llama principio de oportunidad, otra que se llama casa por cárcel, y que los testigos pueden ser objetados y/o amedrentados, aprendieron latín y saben invocar un habeas corpus. Muchos denunciantes, han tenido que cambiar de andén al encontrarse a los denunciados campantes y riéndose en un centro comercial o en un balneario porque fueron superiores al sistema. Difícil recuperar la fe ante el chute de balón entre fiscales removidos, trasladados o en vacaciones, y las excusas por calamidad de apoderados, jueces y la cita odontológica del imputado. Normalizamos que nos llamen al teléfono para timarnos y normalizamos también la sugerencia tranquilizadora de la policía: “seguro es una llamada de una cárcel”. Injusticia con los que piden justicia, ¡que paradoja! Se nos instala el desánimo- sentimiento maluco- porque sabemos que incluso el encapuchado, además del derecho a ocultar su rostro en la rueda de presos, entiende lo del vencimiento de términos, que los procesos precluyen en silencio y se engavetan, que las quejas se extravían y que los indicios se quedan en el limbo o reemplazados de la realidad nacional por un reality o un partido de fútbol. Cada vez, nos desalentamos más institucional y judicialmente. Como cuando detienen en el acto al delincuente y respiramos profundo celebrando. Pero esperen, no siendo el final de la historia, llega una noticia: ¡ah, lo soltaron!, ahí comienza la frustración, otro sentimiento maluco.

Como consumidores también desconfiamos, no es para menos, porque la inventiva delincuencial incluyó pirámides, ofertas con la letra menuda, destiempo, incumplimiento, escopolamina y cambiazo. La confianza es un estado casi irrecuperable cuando se pierde y se incuba el sentimiento colectivo de incredulidad ciudadana. Nos estamos volviendo más desconfiados y paranoicos que antes, no es para menos, los hechos lo sugieren. A la Colombia esperanzada, le gana la realidad, asunto cultural. Si con la confianza viene el respeto, ¿cómo respetar entonces el sistema judicial del país?, ¿cómo volver a creer en las instituciones producto de las personas? Decían que un implicado en el escándalo de la UNGRD se iba a fugar, y adivinen. En fin, lleven sombrilla.

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