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Sesenta segundos para la última película

Una guerra solo habla de muerte y, por esas extrañas coincidencias del destino, la comunidad científica acaba
de revelar que la vida pasa efectivamente frente a nuestros ojos antes de morir.

Despertamos con una nueva guerra y un nuevo descubrimiento. Mientras Rusia desata su instinto bélico sobre un país al que el paranoico Putin dice que hay que borrar, un grupo de neurocientíficos en Estonia comprueba por primera vez que el cerebro genera un recuerdo de lo que fue la vida antes de la muerte.

Sobre las consecuencias en América Latina de esta guerra que tal vez se vea lejana desde aquí, habló con mucha claridad en su columna del miércoles pasado en EL COLOMBIANO Andrés Oppenheimer. Aunque no estemos bajo el fuego directo, no habrá forma de librarse de la quemazón. Una guerra solo habla de muerte y, por esas extrañas coincidencias del destino, la comunidad científica acaba de revelar que la vida pasa efectivamente frente a nuestros ojos antes de morir.

Ocurrió casi por casualidad, mientras un grupo de neurólogos realizaba el electroencefalograma de un paciente de ochenta y siete años que padecía epilepsia. Justo en ese momento el hombre sufrió un infarto y murió, así que las últimas señales de su cerebro, novecientos segundos para ser más exactos, quedaron grabadas. Es la primera vez que se tiene registro de un cerebro moribundo, de manera que los científicos se centraron en los treinta segundos anteriores y posteriores a que el corazón dejara de latir. Y lo que observaron es que el cerebro reproduce una serie de eventos importantes de la vida, una película de recuerdos significativos que se activa en ese último momento. Así que esas experiencias cercanas a la muerte (ECM) sobre las que tanto se ha escrito encuentran ahora un soporte científico.

A partir de ahí surgen algunas preguntas. Por ejemplo, ¿cuándo termina realmente la vida? O en un plano más personal, ¿cuáles serán esos últimos recuerdos que nos lleguen en el momento final? La gente que quisimos, los lugares que conocimos, ciertas vivencias añoradas de la infancia, algunos ratos de especial comunión con la Naturaleza. Seguramente la película tenga que ver con esos instantes en los que sentimos más intensamente la vida.Pero, ¿y si lo que nos marca es la violencia? El dolor, la pérdida, la ausencia. Las veces que nos rompieron el corazón, el remordimiento por lo que dejamos de hacer, el perdón que no otorgamos...Qué triste sería despedirse así.

Quien sabe si el morir en un entorno hostil e insensato como el de una guerra condicionará esas imágenes finales que el cerebro registre. El trauma de marcharse de este mundo en medio de un conflicto armado marca, con seguridad, esa última actividad cerebral. En el absurdo de estas guerras inventadas por mentes desequilibradas que lo único que anhelan es acumular más poder, solo queda desear que lo que venga a la mente en esos instantes finales, durante esa última película, produzca sosiego

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