Por David Grimm
Hace unos 13 años, mi novia y yo comenzamos a dar paseos por nuestro vecindario. Cuando salíamos de la casa, los autos a menudo se quedaban en la intersección de enfrente un poco más tiempo de lo normal. La gente nos detenía a hacer preguntas. Y los clientes de un restaurante al otro lado de la calle enmarcado por grandes ventanales de vidrio de vez en cuando salían corriendo y gritaban: “¡Son ustedes, hemos oído hablar de ustedes!”
Tal vez esto no era tan sorprendente. Al fin y al cabo estábamos paseando a nuestros gatos con arneses.
No estábamos tratando de iniciar un movimiento. Y no éramos las únicas personas en el país que tuvieron la loca idea de comprar un arnés para perros pequeños, atarlo a un felino confundido y rezar...