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José Guillermo Ángel
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Sobre desconciertos varios

Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Delirium Tremens, a la que llegan primeros ministros conservadores despeinados, demócratas que pierden la memoria y hablan solos, republicanos que miran sus países como un negocio y se tienen con la mano el peluquín, asesores en diplomacia que son más maletas que efectividad, presidentes actores con el país invadido que reclaman más armas y no paran de echar culpas, ministros ingleses que renuncian porque no aguantan más desorden y acosos, promotores de malas noticias que inflan el contenido (o lo fragmentan) para que lo que es no sea, analistas que no quieren ver lo que pasa y entonces inventan, condecorados que se creen con méritos por andar gritando, dirigentes rusos enfermos de los que no se sabe cómo se mantienen aliviados, youtubers que hablan sobre lo que no conocen, pero hacen caras graciosas; gente que se esconde y busca salida mientras reza y pide que el dólar no se devalúe, etc. A la estación Delirium Tremens llegan los que entraron sin pedir permiso y ahora tratan de salir ahogándose.

Los historiadores de este siglo XXI van a tener que analizar más absurdos que hechos concretos. Harán el inventario de millones de dosis de vacunas, de gente que no quiso vacunarse y de la contaminación causada por tapabocas y jeringas, anexando que de la peste se pasó a una guerra que trató de controlarse con sanciones económicas que se volvieron en contra de los sancionadores. También se preguntarán por qué una guerra en Europa es más importante que una en Yemen o en África, a la par que tratarán de explicar por qué los soldados de Putin, que, se supone, es de derecha, clavaron banderas comunistas (las de la hoz y el martillo) en las ciudades tomadas. También hablarán del dólar en caída y los yuanes y rublos en alza, de las fiestas en medio de la pandemia y de países como Bolivia donde ni se enteran de qué pasa.

Es claro: llegó la peste y los celulares no dieron abasto con especulaciones, los rusos volvieron a ser peligrosos (recuperaron el imaginario de la Guerra Fría) y las palabras perdieron sentido en medio de amenazas, profecías distópicas, contradicciones y especulaciones constantes. Los dictadores se mantuvieron, los insultos y calumnias abundaron y la decencia se hizo rara, aunque la presencia de ovnis aumentó. Y, para colmo, un miedo constante a enfermarse, ser pobre o refugiado. Todo este desconcierto variado les tocará a los historiadores, si es que hay historia que pueda hilarse. Los escritores de ficción serán los más favorecidos, por lo creíbles. Y ahí vamos, desconcertados y con un celular que tienta para hacernos sentir mal.

Acotación: El desconcierto es perder la melodía, la armonía, el timbre y el ritmo. Es un no concierto donde cada instrumento suena como le da la gana, incitando a gritar, pisar, golpear y correr dando vueltas porque no se sale de ahí  

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