Estación Despiste (otras la llamarán desbarajuste), en la que se dice una cosa y se hace otra, se detiene lo que hacemos y se pasa a trabajar en algo más urgente, se planea para no cumplir y se piden resultados que son más deseos que realidades, se habla y se entiende lo contrario, se toma por una dirección y se sale por otra, se inicia un trabajo y no se termina, se hacen reuniones para nada y quedan agendadas otras similares, se mira hacia un punto y cambian el punto y, como todo esto es una comedia del absurdo, aquí abundan los elevados y los distraídos, los desatentos y los desmemoriados, los sobresaltados y los que acaban de despertar, los que se duermen con los ojos abiertos y los que quieren ganarse la lotería para dejar de mentir. Y en esta fauna del desorden y el desconcierto, que es abundante en sobresaltos e hipnotismos, malas atenciones y daños en el sistema, el tiempo no rinde, la planeación se embolata y se enredan todos los hilos.
La distracción es una pérdida de atención en lo que se hace llevando en ocasiones a errores graves si no fatales, consecuencia de las preocupaciones, el trabajo desordenado, la falta de metas claras, el exceso de información, las frustraciones de esperar en vano y la búsqueda de escapes a lo que está pasando (sea en la vida laboral o personal), que por lo común se debe a una sobrecarga en lo que admite el cerebro y el cuerpo, la conexión neuronal del afuera con el adentro (como explica Rodolfo Llinás) y la variedad de estímulos diversos (contestar, hacer operaciones, leer, enviar información, llevar a cabo una tarea, todo al mismo tiempo) que finalmente no permiten hacer nada como debiera ser. Y lo peor: ante los distraídos están los que distraen, que son los improvisadores.
En la sociedad en que vivimos, recalentada por la información mutante y enrarecida, por los deseos y la impaciencia, por la insatisfacción y el miedo (o mejor, la paranoia), la distracción tiene un lugar destacado, tanto en líderes de Estado como económicos, religiosos e intelectuales, políticos y científicos. Y esa confusión y desorden que aparece en la élite se multiplica en la base que, al ver confundido el modelo que sigue, asume también la distracción como una conducta. O sea que lo que pasa arriba se siente abajo. Y si la dirigencia propicia el déficit de atención, pues confunde en lugar de dirigir, los demás también confunden y en este ejercicio se crían la corrupción y el caos.
Acotación: En nuestros países, por eso el lugar que ocupamos, existe una tendencia creciente a ser interrumpidos en lo que hacemos, a desviar la atención hacia cosas menos importantes, a creer sin comprobar, a actuar por inspiraciones, a no admitir y, en este caldo, a corrompernos sin remordimientos.