Desde ayer, y hasta el 28 de agosto, conoceremos los relatos y las recomendaciones del informe final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV). Uno de los planteamientos implícitos en este acervo testimonial y de análisis en formato transmedia consiste en la descentralización y “desurbanización” de nuestro pensamiento: una conquista de la reportería desde los años noventa que todavía no cala en el periodismo de opinión.
En esta primera etapa podemos establecer dos asuntos en los cuales, tanto la ciudadanía como las instituciones (escuela, familia, Iglesia...), debemos revisarnos: el lugar cultural de la obediencia y del perdón, valores de honda raíz cristiana y origen de la construcción de héroes y mártires.
“Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos”, versa Romanos 5:19. “¡No se lo repito!”, “A la una, a las dos, a las dos y media”... Nos forman bajo una concepción de obediencia inmediata, sin duda ni cuestionamiento; la misma en la que los guerreros (legales e irregulares) se escudan para justificar sus actos. Es el retrato que Hannah Arendt dibuja en Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal: “Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que ‘resultar un villano’, al decir de Ricardo III. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso”.
¿Y si los guerrilleros y militares que hemos oído, gracias a la CEV y la JEP, se hubieran atrevido a lanzarse al agua como la entrenadora que, en pleno Campeonato Mundial de Natación, desafió los protocolos para salvar la vida de una competidora desmayada en el fondo de la piscina? (Por “superficial” que parezca mi ejemplo: ¡salva vidas!).
Aprendemos a obedecer, pero no a comprender el sentido de la norma antes de acatarla. Castigamos la desobediencia antes de dar un orden lógico a la exposición de las reglas. En la sociedad, la obediencia colectiva, ciega, se convierte en resignación. ¿Por qué durante décadas nos resignamos a la guerra? ¡Porque la obediencia en medio del disenso suele ser la posición menos riesgosa, la más cómoda!
El segundo aspecto es el perdón. Hemos entronizado el perdón como requerimiento para resolver diferencias, sin dimensionar el dolor ajeno. La intimidad propia del perdón.
¿Quiénes somos para perdonar?
Solo en Antioquia, la CEV escuchó 2.197 voces, de las cuales 1.092 corresponden a víctimas. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, Antioquia es el primer departamento en acciones bélicas. Concentra un 35,7 % de los asesinatos selectivos del país. Presenta las cifras más altas de secuestro (21 %), de atentados terroristas (19,12 %), de desaparición forzada (24,55 %), de masacres (29,79 %), de reclutamiento infantil (15,43 %) y de violencia sexual (19,08 %).
¿Cuánto dolor cabe en 63.612 km2? La obediencia y el perdón tendrían más sentido sobre una base firme, inamovible: el respeto