Por José Guillermo Angel R.
Estación Basuras, a la que llega el problema más grande de las ciudades, pues todo lo que compramos (incluso lo que venden los carretilleros, que envuelven en plástico) ya viene con la basura incorporada. Y esto sin contar con la basura propia, la producida de la mañana a la noche, en la que se incluyen los respel caseros (residuos peligrosos como aceite quemado y detergentes, blanqueadores y baterías, etc.), las cáscaras de los alimentos, los papeles varios, las bolsas plásticas traídas del supermercado y claro, las canecas para la basura, unas con todo revuelto y otras más civilizadas porque han separado lo orgánico de lo reciclable, lo reutilizable de lo radioactivo, pero que a veces vale de poco pues, ya en la calle, los indigentes, buscando qué comer o vender, lo revuelven todo y dejan las esquinas (donde se ubica la basura para que el camión recolector se las lleve) como un criadero de ratones. Y si bien los barrenderos vuelven y asean, ya el revoltijo está hecho.
La basura la producen las personas en la calle y en la casa, las fábricas y empresas, la burocracia que acosa con papeles, los restaurantes y los expendios de cualquier producto. Y frente a esto, la ciudad debe actuar, pues el problema es de salud pública y mental (uno piensa de acuerdo con lo que ve y huele). Y la solución no solo es de recolección y plantas de tratamiento de basuras (las que funcionan) sino la necesidad imperiosa de adoptar la economía circular, ese modelo de producción y consumo en el que se reduce lo que compramos (el consumismo y la obsolescencia programada son causa del basurero), reutilizándolo al máximo y finalmente reciclándolo, si es posible. Se trata de que el ciclo de vida de un producto aumente y la presencia de la basura sea menor, incentivando a una inteligencia práctica.
La entropía es la destrucción paulatina de algo, causando un desorden. Y en el caso del consumo, es la propensión lenta o rápida a ser basura que acredita cualquier producto, desde un avión hasta un chicle. En el caso de los productos grandes, se les da mantenimiento para mantenerlos más tiempo activos y, en el caso de los pequeños hay que hacerlos durar más (un par de zapatos, por ejemplo), hasta que lleguen a su fin para ser reemplazados. Estos criterios deben hacer parte de la educación ciudadana y ser una política de la ciudad.
Acotación: en estas tierras, donde la basura se acompaña de colchones sucios y los escombros se tiran al escondido, donde la verticalización aumenta la producción de basura por sitio (en el lugar donde había una casa, ahora hay un edificio), el asunto hay que resolverlo a punta de educación y multas severas. Esto si se quiere un ciudadano que haga ciudad. Si no, ahí está el basural comiendo espacio