Estación Fiebres Diversas, en la que los clientes deliran, gritan, trasbocan y lucen toda clase de náuseas, sudan sebo, se ponen verdes y color cera de lo pálidos. Allí se tiembla y se pierde el equilibrio, aparecen cuadros del infierno con diablos chiquitos y grandes, unos torcidos y otros con la boca abierta, pasan mesías corriendo y no los coge nadie, ante mujeres y hombres que viven en tiempos revueltos y entre héroes comprometidos con pasados policiacos cuando no con historiales sicoanalíticos propicios para un cuento de Bruno Schulz, el de “Las tiendas de color canela”, donde de una habitación se pasaba a otra, pero no en línea (o crujía) sino inmersos en una especie de caja china, o sea que el espacio donde estaba parado el personaje...