Corriendo al hospital para un turno de noche, tomo mi equipo de protección personal, abro la puerta de la unidad de cuidados intensivos de coronavirus y me detengo en seco. Los pacientes se han ido. Los pasillos que estaban abarrotados hace solo un día con ventiladores ahora están vacíos, en silencio.
Han pasado casi tres meses desde que reconfiguramos nuestro hospital para atender el aumento de covid-19. Y a medida que disminuyen nuestros números, de más de 100 pacientes críticos a menos de 20, la mayoría de nuestras unidades de coronavirus se están cerrando.
Estas son buenas noticias. Pero no hay celebración. ¿Cómo puede haberla? Casi 1000 americanos siguen muriendo a diario por causa de este virus, mientras que otros bailan en discotecas hacinadas y se niegan a portar máscaras en lugares públicos. Estábamos trágicamente mal preparados para el diluvio inicial de pacientes con un virus que aún no podemos curar. Y ahora, no estoy segura de cómo sentirme sobre lo que viene luego.
Cada una de las habitaciones vacías aún tiene la memoria de un paciente. Pienso en el hombre que murió con uno de nuestros practicantes sosteniéndole un teléfono en su oído para que su familia pudiera despedirse.
La primera vez que caminé por estos pasillos, me pareció que el aire mismo era veneno. En casa, una simple tos me hacía entrar en pánico que duraba horas.
Recuerdo los primeros días, cuando teníamos que luchar para que nuestros pacientes fueran examinados, e incluso cuando lo logramos, esperábamos días para que los resultados regresaran del Departamento de Salud Pública de nuestro estado. El público se reunió detrás de nosotros, con hashtags y tantas donaciones de alimentos, alabándonos como héroes incluso cuando yo dudaba y trataba de contener la respiración cada vez que entraba en la habitación de un paciente.
Mientras digo “hasta luego” a las enfermeras que regresan a sus propias unidades, estoy tristemente consciente de que esto no es un final. El número de enfermos y moribundos en mi ciudad disminuyó porque estábamos practicando el distanciamiento social. Y ahora, los casos en áreas del país que se reabrieron más rápidamente están aumentando, con pacientes en insuficiencia respiratoria llenando camas de unidades de cuidados intensivos.
Veo fotos de los médicos y enfermeras que se preparan con su equipo de protección, y solo siento agotamiento y temor, sabiendo lo que viene después: muertes aisladas, terribles despedidas por FaceTime. Había creído que el conocimiento gana do con tanto esfuerzo por aquellos de nosotros en lugares muy afectados como la ciudad de Nueva York y Boston comenzaría a extenderse tan eficientemente como el virus, pero ahora no tengo tanta esperanza.
Así que mantenemos la unidad vacía y a la espera. Aunque el hospital se está llenando con pacientes con cáncer e infartos y quienes esperan trasplantes, no pasamos a ninguno a esas camas de Covid-19. Aún no. Mantenemos un horario de apoyo de médicos de cuidado crítico que regresarán al trabajo si hay otro auge.
Estas camas vacías nos recuerdan que el virus sigue aquí, y que si no nos alejamos unos de otros y usamos nuestras máscaras y nos lavamos las manos, si no seguimos sacrificando nuestros deseos y hacemos estas cosas incómodas, las camas inevitablemente se llenarán de nuevo. Y si lo hacen, estaremos más preparados.
Pero todos están cansados. La adrenalina de esos primeros días se ha convertido en una fatiga profunda.
Y, por supuesto, todavía hay personas qué cuidar, muchas de las cuales han estado intubadas durante semanas. En mi turno nocturno reciente, me alivia saber que uno de nuestros pacientes, un jardinero joven y previamente sano que estaba intubado y comatoso la última vez que lo vi, finalmente se está despertando después de casi 60 días.
Aún pienso en el largo camino que él y muchos otros enfrentarán mientras salgo del hospital en la mañana y me cruzo con un hombre entrando al lobby con una maleta en ruedas detrás de él. Está tratando de encontrar la unidad de partos, le dice al guardia de seguridad que su esposa va a tener un bebé. Suena orgulloso y me doy cuenta de que han pasado meses desde que vi al último visitante que no está aquí por una muerte.