Mi tío cura, el padre Nicanor Ochoa, solía decir que él era escéptico en política. Y aunque él es ya alma bendita, fallecido no por eutanasia ideológica, sino por ortotanasia periodística, me atrevo a transcribir algunos apartes de una conversación con él sobre un tema que siempre rehuía: la política.
—¿Escéptico usted en política, tío?
—Sí. El escepticismo es la castidad del entendimiento, como dice el escritor español José María Cabodevila, que era cura, como yo. Practico el escepticismo electoral y, por eso mismo, proclamo la apoliticidad de los sacerdotes.
—¿Y eso de la apoliticidad de los sacerdotes, con qué se come? ¿Qué quiere usted decir?
—Que también por castidad existencial, es decir, para salvaguardar la libertad en su misión evangelizadora, los curas deben huir de la política. Basta recordar el daño que le hizo a la Iglesia colombiana, cuando la violencia partidista y en otras épocas anteriores, el compromiso eclesiástico con un partido. O, mejor, el haberse dejado identificar con un partido. Y, después, recordar también que algo tan fundamental en la evangelización en América Latina como la opción por los pobres, de la Teología de la Liberación, se hubiera dejado contaminar por los intereses políticos de la izquierda. O, como reacción contra esto, haber aplaudido y apoyado la derechización de las autoridades eclesiásticas.
—Dura crítica es esa, padre.
—Te digo más, así sea esta una tesis que levante ampollas. Yo creo que ni los curas ni los religiosos deberían votar. Recuerda que antes no lo hacían. Pero cuando se empezó a ver el diablo en la contrapartida electoral del partido que quiso identificarse con la Iglesia católica, y ver a ese diablo aprovecharse de ello para sus intereses, entonces hubo invitación (incitación) a votar. Una confesión religiosa politizada acaba manipulando a sus creyentes.
—Hasta razón tendrá, padre. Lo que sí no entiendo es por qué no deban votar, si son ciudadanos como todos nosotros.
—Nuestro compromiso ciudadano, como curas o religiosos, debe estar por fuera, o por encima, de muchos derechos y privilegios civiles. No votar no sería una privación jurídica, sino una renuncia voluntaria. Habría más libertad.
—Una última inquietud. Ya en vísperas de elecciones, ¿usted qué piensa del suprapartidismo.
—Te digo una cosa. La falta de definición ideológica, la difuminación de los partidos no es madurez, sino agotamiento. Yo llamo hibridismo político a esas alianzas, que están siempre pegadas con babas electorales. El resultado de la hibridación de los candidatos suprapartidistas o pluripartidistas son los gobiernos estériles, los malos gobiernos. Si en una candidatura independiente o suprapartidista caben todos, quiere decir que no tiene límites ni fronteras. Es decir, no está definida, aunque lo aparente. Toda definición delimita. Y esas definciones, por limitantes, convertidas en opciones, son la esencia de la política