En “El testamento de María” (Colm Tóibín, Lumen, 2014) hay una presencia implícita. No es permanente, ni obsesiva, se limita a un taurete (los citadinos de diccionario en mano dirán taburete; los demás siempre hemos dicho taurete por estos lares). Un taurete que María mantiene en la sala de su casa y que no deja tocar. Hay un momento de indignación cuando Juan o Mateo –que la interrogan pensando solo en la utilidad de sus declaraciones– quieren cogerlo para sentarse. Es el taurete de José.
El escritor irlandés se ocupa tangencialmente de la probable vida doméstica de la sagrada familia. José no es más que esposo y padre pero tampoco es menos. Hace 500 años Teresa de Jesús intentó recuperar la figura de José para el santoral y la exégesis cristianos....