Coincidí en la fila de la caja del mercado con la destacada pianista Teresita Gómez. Estaba, como siempre, sencilla, elemental, como del común, sin afán por destacarse más que por el sonido de su piano. Llevaba una gorra deportiva de domingo. Muchas veces, en conciertos, no exactamente suyos, he estado cerca de ella, vinculados, de pronto, con un guiño de ojo o una leve levantada de mano. Siempre su presencia me conmueve y me atrae. Pero esta vez, al tenerla tan cerca, a un paso, no sé por qué sentí una emoción especial. No resistí; y, como hacen algunos conductores nuestros, que primero se cruzan y luego sacan la mano, sin pedirle permiso, le tomé las manos, y le dije: permítame tocarlas, y las acaricié. Ella debió sorprenderse de ese señor...