“La corrupción hay que reducirla a sus justas proporciones”. Hace 36 años, con una equívoca y desproporcionada frialdad, el expresidente Julio César Turbay asombró al país con esa frase. Turbay insinuó que la corrupción puede justificarse hasta cierto límite; límite que, pese al descarado e injustificado optimismo del expresidente, todavía nadie parece hallar, pues cada día la corrupción es insaciable.
En Colombia es tan significativa que aunque su cubrimiento mantiene un lugar privilegiado —por no decir institucionalizado— en los medios, parece no tener el impacto que debería. Las noticias sobre ‘sonados’ casos de corrupción pierden trascendencia y seguimiento. Pasa con este tema algo semejante a lo que ha pasado con la violencia: como sociedad,...