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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

Publicado

Todo es gracia

Por ERNESTO OCHOA moreno

ochoaernesto18@gmail.com

Las noches de año viejo acompañando al padre Nicanor Ochoa, mi tío, terminan en una larga y aburrida reflexión sobre los más inesperados temas. Se nos quedan servidos los aguardienticos de midiós (él está dizque dejando de beber, “que hasta pecado será el trago, mijo, uno ya para morirse”) y nos ponemos, como pasó este 31 de diciembre, a echar palique hasta ver el primer amanecer del 2020. El tío me escucha con paciencia, ya que yo suelo confundir el recuerdo de las cosas pasadas con buscarle explicación a todo.

-Vea, mijo, no hay cosa que más ayude a la confusión que intentar explicar lo inexplicable.

-¿Cómo así, tío? ¿Entonces hay que tragar entero?

-Hay cosas y momentos de la vida, decisiones que uno toma, encrucijadas en las que uno se encuentra que, si se les buscan explicaciones, se enredan más de la cuenta. Claro que las cosas tienen causas, procesos, circunstancias, pero ello en sí no explica el porqué de lo que ocurre. Y no confundas las explicaciones con las justificaciones. Que no son lo mismo, ya que estas no pasan a menudo de ser merodeos, intentos fallidos por explicar lo inexplicable.

-Todo es un misterio, tío.

-Un misterio y una gracia. Todo es gracia, hasta las desgracias. Tal vez haya que escribir Gracia, con mayúscula, porque es una vivencia teológica, espiritual. Hay casos y cosas de la vida que no deben ser explicadas, porque se dan en el hondón del alma que uno no debe dejar invadir por ningún motivo.

-Es cierto, tío. Hay cosas que es mejor no meneallo.

-No se debe hurgar en los porqués y las razones de tantas sinrazones que tiene la vida. Ni mucho menos permitir que personas extrañas, desde los aduladores hasta las plañideras, entren en el recinto sagrado de la intimidad. Hay cosas en la vida, casi todas, desde el amor hasta la muerte, los heroísmos y las cobardías, la perseverancia y la claudicación, la virtud y el pecado, que no tienen explicación clara. Ellas brotan en el ámbito hondo de la intimidad, donde te encuentras cara a cara con tu propia libertad.

-Entonces, ¿qué actitud tomar, tío?

-Comprensión, hijo. Respeto. No condenar. No sacar conclusiones amañadas y evitar interpretaciones que puedan herir más que curar. Existe la solidaridad de la impotencia, cuando entiendes que tu ayuda puede ser inoportuna y, en la distancia, acoges sin escándalos ni enjuiciamientos esas situaciones que, te repito, no tienen explicación. A no ser la única posible: que hasta Dios mismo respeta el ejercicio de la libertad de cada ser humano. Y ahora, déjame ya descansar, que me has hecho hablar demasiado. El silencio es el mejor consejero. Hasta luego y feliz 2020. A poder ser, con Dios a bordo

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