Pico y Placa Medellín
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Por Tomás Ríos - opinion@elcolombiano.com.co
A veces pienso que Medellín no es una ciudad. Filosofando conmigo mismo, imagino que es una idea que está en beta, una que necesita más comunidad, más inversión y más ciudadanos creyendo en su potencial.
Una ciudad que ha demostrado que no se define por sus errores, sino por su capacidad de reinventarse. Así como una startup, ha tenido que iterar y pivotear rápido, levantarse y buscar alianzas para sobrevivir. Una ciudad que pasó de ser sinónimo de miedo a convertirse en referente de innovación, de creatividad, de conexión.
No lo pienso como metáfora ligera. Hoy, Medellín ya no solo sueña con ser un hub de innovación, empieza a construirlo con datos en mano. Según el Global Ecosystem Index 2024 ocupa el #7 en América Latina y el puesto #162 en el mundo, y según el Colombia Tech Report 2023-2024, Medellín representa el 35% del capital de riesgo levantado en Colombia durante 2023, alcanzando los 154 millones de dólares en inversión de venture capital. Además, tiene el 21% de los actores mapeados en el 2023 con siete centros de emprendimiento, siete incubadoras y siete aceleradoras.
Sin embargo, más allá de los números, lo que Medellín necesita para convertirse en la “startup” de América Latina no son solo emprendimientos exitosos, sino una mentalidad colectiva y global, de propósito, liderazgo y largo plazo. Por qué a veces ni nosotros mismos nos creemos el cuento y pensamos que lo de afuera tiene más valor.
Si Medellín es una startup, su propósito no puede ser solo crecer su PIB o atraer más inversión. También debe ser crear una ciudad donde las ideas, el talento y la colaboración se encuentren en mejor terreno.
Si Medellín fuera una startup, ¿qué tipo de fundadores querríamos ser?
¿Aquellos que buscan una salida rápida? ¿O los que entienden que construir algo que valga la pena exige tiempo, disciplina y propósito?
La respuesta, quizá, no está en mirar lo inalcanzable. Está en mirar hacia adentro, en lo que tenemos, en nuestro talento, nuestras universidades, nuestros barrios creativos, en los jóvenes que no buscan un trabajo, sino una causa que los encienda.
Está en recordarnos que Medellín necesita muchos soñadores trabajando juntos, combinando sueños con sistemas, propósito con estrategia, pasión con paciencia. Y hoy más que nunca, Medellín necesita líderes que piensen como fundadores, fundadores de confianza, de espacios de creatividad y de ciencia.
Porque, al final del día, Medellín no es un proyecto terminado. Es una idea viva, que necesita manos, mentes inquietas y corazones determinados. Una idea que —como toda gran startup— puede fallar si no encuentra suficientes creyentes dispuestos a hacer y a arriesgarse. Y si algo me queda claro es que el verdadero desarrollo no se decreta, se diseña. Se diseña con cultura, visión, riesgo calculado y con una comunidad que lo sostenga.
Porque, al final, Medellín, en su mejor versión, se parece más a una startup: es como una idea en construcción permanente, un MVP (Producto Mínimo Viable) que nunca se conforma. Una ciudad con historia y cicatrices, sí, pero también con una comunidad viva que sigue soñando, emprendiendo y buscando su siguiente gran crecimiento.
Como decía un mentor “si vas a construir una empresa, que sea una que cambie el mundo. Y si vas a escribir una columna, que sea para recordarnos por qué vale la pena intentarlo”.
Director de Ongoing (Eafit)