Se lo dije de frente al padre Nicanor, mi tío, el primer día de la novena de Navidad.
-Usted, tío, siempre fue entusiasta y fervoroso en este tiempo, pero ahora me dice Mariengracia que lo está matando la tristeza.
-No le creas. No es tristeza, sino que hay que ir acendrando los sentimientos, puliendo las vivencias navideñas, limpiando la contemplación del misterio de las telarañas de la nostalgia y de todas las sabandijas de la sociedad de consumo.
-O será que ya definitivamente lo cogió “la viejera”. No sé, pero me preocupa que a usted se le esté marchitando esa perenne juventud envejecida de que hacía gala hasta no hace mucho y que era hasta contagiosa.
-Pues, hijo, es inapelable aquello de que “todo se torna graveza/ cuando llega el arrabal/ de senectud”, que decía el poeta Jorge Manrique. Pero te digo que esta nueva forma mía de vivir la Navidad no es viejera, senilidad, o demencia senil si quieres, sino el descubrimiento, que siempre resulta tardío, del misterio de la encarnación del Hijo de Dios como iluminación última y definitiva de este oscuro misterio de la condición humana. Que ciertamente tiene un salobre sabor de tristeza.
-Luego sí existe relación entre Navidad y tristeza. Son muchos los que confiesan que en diciembre y en Navidad se sienten tristes.
-Lo que se nos despierta a muchos en esta época, más que tristeza, es tristura, para usar un término que es bello y define mejor lo que sentimos cuando decimos estar tristes.
-¿Tristura?
-Sí, así como hay matices que diferencian belleza y hermosura, también los hay entre tristeza y tristura. La verdadera y limpia alegría de Navidad se da en los niños, aunque ya se ha pervertido mucho por los reclamos de la sociedad de consumo.
-¿Y la tristura de los adultos?
-A los viejos y adultos la Navidad se nos vuelve una mezcla extraña de nostalgias, de recuerdos, de vivencias irrecuperables, de festejos de una alegría ficticia y mentirosa, de ese mismo reclamo consumista mencionado que conlleva a estrecheces económicas, a carreras a la hora de comprar. Sólo te digo que el único consuelo para las tristezas y las tristuras de Navidad es dejarse sobrecoger por el misterio de un Dios que vino a la tierra a vivir en carne propia (eso es la encarnación) la tristeza de la condición humana. Y la volvió alegría. La alegría de encontrarle sentido a la vida y que es como un villancico silencioso para tristes. Como sea, ¡feliz Navidad!.