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Trump y el resto del mundo liberal

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Por Eva Borreguero

Sucedió en un intervalo de horas. Mientras la Administración Trump formalizaba la salida del Acuerdo de París contra el cambio climático, en Bangkok, los representantes de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) daban luz verde a la que será la mayor zona de comercio mundial, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). Una iniciativa dominada por los países asiáticos (a excepción de India –por ahora–), con China a la cabeza y que excluye a la potencia norteamericana. Dos movimientos contrapuestos que ejemplifican, de nuevo, la retirada de Estados Unidos de la globalización, en su pugna con China, y el avance de Asia.

Para Washington la RCEP implicará menos mercados y mayores cadenas de abastecimiento con las que competir. Tampoco se puede descartar un posible estrechamiento de lazos económicos entre la República Popular y algunos de sus socios más cercanos, como Japón, Australia, Corea del Sur o Indonesia, proporcionando a Pekín una ascendencia estratégica sobre estos aliados.

La celeridad del proyecto responde al abandono de Trump del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), un tratado impulsado por Barack Obama que buscaba apuntalar la influencia comercial de EE. UU. en Asia a expensas de China. Se da la paradoja de que el trato hostil de Trump hacia la multilateralidad forjada por sus predecesores beneficia a una China que no duda en ocupar el vacío dejado en su repliegue, cuando precisamente la principal baza con la que cuenta de cara a contener a su rival asiático es el refuerzo del sistema existente.

Como señala John Ikenberry, a diferencia de la Guerra Fría, en el actual orden internacional, predomina un agregado de sociedades abiertas, en las que han arraigado los principios del liberalismo democrático, con normas e instituciones. Es el modelo de la globalización, que con sus carencias y limitaciones, proporciona un grado de colaboración y autoridad compartida sin precedentes, y del que China es dependiente.

El contexto mundial presente es por lo tanto el factor de mayor peso en la transición de poder, el terreno donde se libra la batalla definitiva. Al debilitarlo, Trump socava el entorno liberal que condiciona las posibilidades de Pekín de integrarse o transformarlo a su conveniencia. China podrá llegar a superar a EE. UU., pero sus cifras de crecimiento cambian de magnitud al compararlas con las de los países combinados de la OCDE, es decir, con el resto del mundo liberal. En una competencia de a dos Pekín tendrá ventaja. Si el otro actor es el régimen global, la balanza se inclinará a favor de este. Por ello la administración Trump haría bien en apoyar la arquitectura que sustenta el sistema internacional, afianzando su compromiso en cuestiones como el cambio climático, una lucha que requiere un marco de actuación generalizado y políticas de consenso.

Entretanto, en Pekín, Emmanuel Macron y Xi Jinping acaban de reafirmar su apoyo al “irreversible” Acuerdo de París a la par que cerraban convenios millonarios en aviación y protección medioambiental.

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