Cierto día, hace mucho tiempo, regresé de la casa de mi tío, el padre Nicanor, con un libro gordo bajo el brazo. Me lo acababa de regalar él. Eran las obras completas de Cervantes, de la editorial Aguilar, que conservo y releo en mis constantes reencuentros con los clásicos españoles, de quienes soy un adicto confeso. Tal vez sea porque sigo el consejo de nuestro Tomás Carrasquilla de que fuera de los clásicos no hay salvación.
Recuerdo que el viejo cura me había dicho, con ese dejo de malicia que lo caracteriza cuando se pone triste, que esa iba a ser la herencia que me dejaba. “Que, con todos mis otros libros, sea mi única pequeña herencia para ti” -susurró. Y no sé si en su rostro se insinuó una sonrisa o un llanto contenido.
Leí en ese volumen la novela póstuma del autor del Quijote, titulada “Los trabajos de Persiles y Sigismunda” (1616) terminada cuatro días antes de morir, que presumo ya hoy nadie lee y muy pocos ni siquiera saben que él la escribió. En el capítulo V del libro II, hay un texto que me llamó la atención. Dice Cervantes: “Una de las definiciones del hombre es decir que es animal risible, porque solo el hombre se ríe, y no otro ningún animal; y yo digo que también se puede decir que es animal llorable, animal que llora”.
Me gustó eso de que el hombre es el único animal que llora, llorable, de la misma forma que es el único que ríe, risible. Leo en el Diccionario de la Real Academia, “Risible: capaz de reírse; que causa risa o es digno de ella”. Entonces llorable, que no está registrado en el diccionario, debería significar que es capaz de llorar, de derramar lágrimas y, también, que mueve a llanto, que hace llorar.
Añade, por lo demás Cervantes en el texto que estamos comentando, a propósito del reír y el llorar: “Y así como por la mucha risa se descubre el poco entendimiento, por el mucho llorar, el poco discurso”. Y concluye: “Por tres cosas es lícito que llore el varón prudente: la una, por haber pecado; la segunda, por alcanzar el perdón de él; la tercera por estar celoso; las demás no dicen bien en un rostro grave”.
Llorar y reír. Muchas veces en la vida ese es el dilema. Hay cosas o situaciones que desatan carcajadas o que invitan a una sonrisa, muchas otras inducen el llanto, las lágrimas. Es parte de la condición humana. Eso somos: risibles, llorables. Columpiándonos entre la alegría y la tristeza. Entre el llanto y la risa