Por david e. santos gómez
En viejas épocas que parecen ya muy lejanas, los gobiernos de Argentina y Brasil eran vistos como parte de un eje potente de izquierda moderada en América Latina. Fueron los años de Néstor y Cristina Kirchner en la Casa Rosada y Lula Da Silva y Dilma Rousseff en el Palacio de Planalto. Con Michelle Bachelet en Chile y José Mujica en Uruguay, consolidaban un discurso menos radical que el del núcleo bolivariano de Venezuela, Ecuador y Bolivia. En ese entonces, y aún con sus históricas diferencias, Buenos Aires y Brasilia se acercaron con un proyecto político coincidente que fue soporte del progresismo continental.
Hoy la realidad es opuesta. Brasil y Argentina acaban de entrar en una disputa política que puede durar años. La elección del peronista Alberto Fernández como nuevo presidente argentino sacó a la luz al Jair Bolsonaro más polémico y nacionalista. Insultó a su colega, se negó a felicitarlo y, al final, cuestionó la votación misma. “Argentina eligió mal”, dijo el brasileño que, por obvias razones, no asistirá al cambio de mando el próximo 10 de diciembre.
Fernández, cercano a un Lula encarcelado, decidió entonces que no son épocas para hablar con Brasil más allá de lo necesario. Por el contrario, parece que en México encontró un buen reemplazo y es muy posible que entre los extremos latinoamericanos se esté forjando el nuevo eje de la izquierda. Uno que se oponga a la derecha reaccionaria del hemisferio. La coincidencia entre los postulados del peronista y Andrés Manuel López Obrador son evidentes y no es gratuito que el primer viaje al exterior de Fernández haya sido justamente para visitar a AMLO.
Es obvio que estos son apenas los primeros pasos. Una nueva columna de izquierda latinoamericana si llega a consolidarse, distará mucho de aquella que dominó al continente la década pasada. No será mayoritaria y contará además con enormes dificultades económicas. Argentina y México (en menor medida) deben superar profundas crisis internas que quizá dejen poco tiempo para las relaciones exteriores. Con esas realidades más que un eje abarcador sería uno con función de contrapeso.
Con la catástrofe venezolana de fondo y el cuestionamiento a la legalidad de las recientes elecciones de Evo en Bolivia, la izquierda busca con premura una voz dominante y Argentina y México lo saben. La pregunta -de la que veremos alguna posible respuesta esta semana- es si sus gobiernos están dispuestos a asumir una responsabilidad de semejante tamaño.