Por david e. santos gómez
El Fondo Monetario Internacional publicó hace unos días un cronograma analítico de recuperación regional tras el coronavirus. El informe, minucioso, le da a América Latina un mínimo de cinco años para restablecerse tras la pandemia. Un lustro para volver al punto de partida, que era ya desastroso. De pobreza y desigualdad.
A Long and Winding Road to Recovery —informe que en su título parafrasea a los Beatles— deja claro que, si bien en este 2021 ha sido perceptible un rebote de crecimiento en algunos países tras los largos confinamientos y las restricciones, a partir del 2022 se visualizará un desempeño más moderado, lo que hace difícil para las naciones recobrar los puntos del producto interno bruto perdidos durante la pandemia. América Latina sufrió —sufre— como todo el mundo el infierno del covid-19, pero su contracción alcanzó en promedio los siete puntos porcentuales, una de las más altas del globo.
A la gravedad económica de la situación hay que sumarle sus consecuencias políticas. Este momento bisagra entre la crisis y la recuperación llega justo en medio de un calendario electoral apretado de norte a sur, con elecciones parlamentarias y presidenciales que van a transformar la cara de la zona. Antes de que termine este año se darán elecciones legislativas en Argentina y Venezuela y presidenciales en Chile. En el 2022, el Brasil de Jair Bolsonaro y Colombia, con un Iván Duque tremendamente debilitado, renovarán sus ejecutivos.
Los nuevos dirigentes, escogidos por ciudadanías desesperadas, tendrán que lidiar con una situación caótica en todos los rubros de la gobernanza: salud, empleo, educación, trabajo y seguridad. Por más promesas electorales que se realicen y juramentos de caminos de rosas, la verdad es que las posibilidades ejecutorias de todos aquellos que sean electos en los tiempos venideros estarán signadas por una herencia tóxica. Una vez asuman sus puestos, escucharemos de los flamantes presidentes y legisladores su enorme dificultad para corregir el rumbo que llevamos.
No hay que ser adivinos para prever que los años por delante de la política latinoamericana estarán signados por el discurso oficial sobre el legado envenenado que se ha recibido. En muchos casos tendrán razón. En otros puntos, la herencia será la excusa para ocultar los fallos, la improvisación y la incapacidad para encontrarle la vuelta a un momento de crisis