Celebrar la fiesta de todos los santos el primero de noviembre con la figura de Zaqueo de trasfondo, constituye una aventura de suspenso inenarrable. Maestría incomparable la del evangelista Lucas al presentar en breves frases seres de la máxima admiración, como Zaqueo. En once versículos cuenta una historia que cautiva al lector.
Zaqueo es un hombre rico, jefe de recaudadores de impuestos, es decir, cuenta con una posición económica sin sobresaltos, sabiendo que la ambición del dinero es insaciable.
Con todo, en el corazón de Zaqueo anida un presentimiento inasible, hasta el punto de que en las altas horas de la noche le habla con tanta elocuencia sin ruido de palabras, que aunque no logra entender, ejerce en él un efluvio embrujado, que se acentúa al despertar.
Pues bien, un día Zaqueo oye hablar de Jesús, y las palabras se graban en su corazón como esculpidas por una mano invisible con cincel. Desde entonces, un anhelo secreto lo sube y lo baja, lo trae y lo lleva adonde quiera que va, hasta el punto de que nada ni nadie consigue infundirle paz.
Al enterarse de que Jesús va a pasar, desplegando una capacidad recursiva inaudita, Zaqueo echa mano aun de la más sorprendente estrategia para verlo. Como la multitud no le deja ver a Jesús, dada su baja estatura, se sube a un árbol, lejos de todo complejo de inferioridad.
Al pasar, Jesús mira a Zaqueo, que mira a Jesús. Empatía más que de amor a primera vista, Jesús dice a Zaqueo: “baja pronto porque conviene que hoy me quede yo en tu casa”. Zaqueo bajó de prisa “y lo recibió con alegría”. La gente se inquieta de que Jesús ignore que es un pecador. Mas, de inmediato Zaqueo dice: “Mira, Señor: daré a los pobres la mitad de lo que tengo, y si a alguien le cobré más de lo debido, le devolveré cuatro veces más”.
Al instante, Zaqueo siente sobrepasado su presentimiento por la realidad al escuchar a Jesús: “Hoy llegó la salvación a esta casa, pues también Zaqueo es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar a los que estaban perdidos” (Lucas 11,10).
En Zaqueo se cumple de manera portentosa lo que Jesús revela un día a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Juan 3, 17).
La lección para el siglo XXI. Encontrarse con Jesús como Zaqueo, es pasar al instante de pecador a santo.