Solo tenemos este instante, no lo desperdiciemos. En marzo, cuando nadie tenía ni idea de qué diantres era el coronavirus este y España e Italia andaban confinadas, les conté que por primera vez en mi vida había sentido miedo de verdad. Miedo no por mí sino por el futuro de la especie humana. De mis hijos y de los suyos. Hoy, casi cinco meses después de aquello, sigo manteniendo un respeto enorme ante un virus del que solo conocemos la puntica. El pánico, pues de eso se trataba, se ha ido disipando a medida que hemos comprobado cómo somos capaces de controlar la pandemia si extremamos la cautela.
Comprendo que se hace complicado alentar el optimismo cuando uno observa los datos de la expansión del covid-19 en Colombia: más de 11.000 nuevos contagios por coronavirus, sobrepasando a Reino Unido en número de enfermos, y más de 300 fallecimientos adicionales a causa de la enfermedad, hasta los 10.650.
Sin embargo, hay motivos para afrontar con esperanza el día a día y vislumbrar un horizonte de recuperación rápida. Y cuanto antes la iniciemos, menor será la devastación causada por el virus. Para empezar, debemos aliviar la presión sobre los sistemas de salud públicos y, por tanto, aligerar el gasto desmedido que está provocando la lucha contra la epidemia. El distanciamiento social, el uso permanente de la mascarilla y la cuidadosa higiene personal son suficientes para llevar una vida muy similar a la que teníamos antes del estallido del virus. Por eso son necesarias normas estrictas y claras para el manejo de la situación. No son demasiadas, pueden reducirse a las tres que hemos mencionado, pero deben de ser respetadas con disciplina prusiana por todos los habitantes de la Tierra si queremos retomar la completa actividad del mundo globalizado en el que vivimos desde el Descubrimiento de América.
Es universal el cumplimiento estricto de la regulación del tráfico, con excepciones peculiares que no vienen al caso. Todos sabemos que tenemos el camino expedito si el semáforo está en verde, que debemos frenar si está en ámbar y que hay que permanecer detenidos en rojo. Asimismo, hasta un simio entiende que un cartel con la palabra “Stop” o “Pare” exige la detención obligatoria y todos comprendemos que un paso de cebra es un carril preferente para los peatones, a no ser que uno se comporte como un descerebrado sin clase alguna al volante.
Estos estándares son básicos para sortear el caos que pueden suponer los continuos choques de intereses originados por la vida en comunidad. Ante una pandemia como la que afrontamos debemos disponer de un catálogo unificado de normas que se cumplan a rajatabla en todos los países. Solo así podremos recuperar el flujo turístico, responsable de más del 10 % del PIB mundial, reflotar el sector aéreo y el transporte de pasajeros, los cruceros, la industria del ocio y cultural, los eventos, ferias y convenciones, y demás actividades ajustadas a la conveniencia empírica en la lucha contra el contagio.
Quizá debamos esperar a conocer algo más del virus, a la vacuna o a una cura para los actos masivos o el ocio nocturno. Pero si observamos todos el semáforo, especialmente los jóvenes, la recuperación será una realidad en cuestión de unos meses. El covid-19 es tenaz, pero no es más listo que nosotros.