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Aldo Civico
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Un superávit de autenticidad

Por ALDO CIVICO

aldo@aldocivico.com

¿Cuántas veces nos preocupamos por la imagen que proyectamos, dejando así de ser espontáneos y auténticos? La vida se parece más a una obra de teatro, un encuentro e intercambio de máscaras, donde cada uno de nosotros está preocupado por recitar bien el guion asignado, en lugar de ser los autores originales de nuestra existencia. Nos preocupamos más por la opinión de los demás, en lugar de dedicarnos a vivir un propósito y una misión. Nos dejamos condicionar por las expectativas de los demás, en lugar de arriesgarnos. En el fondo, nos dejamos llevar por el miedo; el miedo al fracaso, al rechazo, a no ser lo suficiente. Terminamos viviendo una vida menor, sin coraje, sin brillar con luz propia.

En Palabras a mí mismo, Hugh Prather reflexiona, “quizás si no tuviera miedo de ser yo mismo, sería un bromista natural. Una observación humorística puede estar parpadeando en mi mente, pero el miedo a lo que la gente pueda pensar me impide decir lo que se me viene a la mente”. A veces no solo callamos lo que se nos viene a la mente, sino también lo que tendríamos que decir, por valor ético, coraje civil, deber moral. Es el silencio de la mayoría lo que permite a los sinvergüenzas prosperar. Además, es un silencio cobarde que es cómplice, sobre todo cuando es el silencio de quienes saben y no hablan; el silencio del testigo que se niega a su deber. Es el silencio que se hace indiferencia, y que nos lleva a dar la espalda a los problemas que tenemos enfrente, como si no nos concernieran. A veces esta indiferencia se convierte en el trato cultural de una sociedad. En una sociedad, la indiferencia es el caballo de Troya que abre las puertas a la corrupción, a la violencia, a relaciones mafiosas.

Pero cada crisis personal o de comunidad es una oportunidad para volver a lo auténtico, para regresar y encontrar al espíritu original, y así soltar los condicionamientos que nos hacen más pequeños de lo que somos. Cada crisis puede ser un llamado a vivir auténticamente, con coraje. Es lo que han entendido los gigantes de la humanidad. Elon Musk no hubiera creado Tesla y Space X, si las depresiones que sufrió en juventud no lo hubieran llevado a preguntarse cómo elevar el nivel de la conciencia humana. La madre Teresa no hubiera empezado su obra a favor de los más pobres, si no hubiera tenido el coraje de salirse del convento donde educaba a las jóvenes de la alta sociedad. Harvey Weinstein seguiría siendo el patrón de Hollywood si no fuera por el coraje de algunas actrices que denunciaron sus múltiples abusos.

Como ciudad y como país estamos cruzando tiempos delicados. Además de una recesión económica necesitamos también una recesión política. Necesitamos un superávit de coraje y de autenticidad. Necesitamos ser nosotros mismos. Como escribe Prather, “Ser yo mismo incluye arriesgarme, intentar nuevas maneras de ser, aceptar los riesgos de nuevas formas de ‘ser yo mismo’ para poder ver cómo deseo ser”.

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