Los seguidores más fervientes de Barack Obama tuvieron ocho años para reconocer que pocas utopías sociales sobreviven al fango de la política contemporánea. Que la real politik mira de reojo esos discursos que en campaña suenan emocionantes para luego golpearlos en los laberintos de la burocracia y engullírselos sin el menor remordimiento.
Tuvieron que aceptar además, a regañadientes, que su presidente podrá ser etiquetado como uno de los casos más dramáticos de ilusión truncada. Del cambio que nunca fue y las energías que se extraviaron en las luchas innecesarias. De los pesos y contrapesos como esfuerzos inamovibles en la democracia.
Obama, que fue en 2009 la cara de la esperanza global y el entusiasmo norteamericano, aprendió en el camino la...