Una de las experiencias que más detesto es ir a probarme ropa en un probador. No es sólo la flojera de quitarme todo para ponerme los prospectos a comprar, además del reducido espacio, la sensación de que me están viendo, sino que generalmente los probadores están hechos de forma tal que tienes tus defectos ahí, delante de ti, maximizados como con una lupa, a una cortísima distancia. Muchas veces salgo con el ánimo por el piso, y no necesariamente es que la ropa se me vea mal, sino que es algo más profundo.
Crecí en una casa con cinco mujeres y de toda la vida lo que he escuchado es cómo definimos nuestros cuerpos y los describimos de la forma más vil, como si nos odiáramos, literalmente. Odio mis rodillas, mis muslos, mis brazos, mis caderas...