Por David González Escobar
Universidad Eafit
Ingeniería Matemática, semestre 5
davidgonzalezescobar@gmail.com
La “Mano de Dios” de Maradona, uno de los momentos más icónicos de la historia del fútbol, es un perfecto ejemplo del tipo de eventos que le dan justificación -en su concepción idealista- al VAR: decisiones arbitrales erróneas que impidieron que se impartiera “justicia” en el campo de juego.
Sin embargo, en esta Copa América se ha podido constatar cómo la aplicación del VAR puede distanciarse enormemente de su noble fin inicial, y aunque se podría alegar que esto se debe a una fallida implementación en el torneo, la actual idea que se tiene del VAR choca directamente con elementos esenciales de nuestra actual concepción del fútbol.
Por un lado, está el evidente entorpecimiento que el VAR ha traído al ritmo de juego. Aunque sistemas de revisión similares al VAR son utilizados exitosamente en la ATP, NFL o NBA, los deportes de estas organizaciones tienen una diferencia crucial con el fútbol: su desarrollo consiste en eventos discretos, mientras el del fútbol es continuo.
El baloncesto se puede dividir y analizar en posesiones, el fútbol americano en downs y el tenis en puntos. El fútbol, por el contrario, no: su desarrollo es fluido, imposible de disecar en eventos periódicos, lo cual le da a cada partido un ritmo propio e inimitable. Por esto, a diferencia de lo que podría suceder en otros deportes, el VAR logra dar en la yugular del fútbol: las pausas eternas a la espera de una decisión asfixian las emociones del ritmo natural del juego.
Pero hay otro problema: el VAR da la posibilidad de que en algunos casos se sigan tomando decisiones arbitrarias.
La FIFA define que se debe sancionar una mano cuando hay una “acción deliberada de un jugador de tocar el balón con las manos o el brazo”. Pero, ¿qué define que esta sea deliberada?
En el fútbol americano solo se pueden revisar jugadas que impliquen criterios objetivos, como tener los dos pies dentro de la cancha. El VAR, hasta ahora, no ha acotado su dominio. Así, por más cámaras que haya, habrá decisiones que seguirán recayendo en el criterio subjetivo del árbitro.
Nadie quiere que se repita la “Mano de Dios”, pero ¿hasta qué punto vale la pena que el VAR entorpezca el ritmo de juego en busca de “justicia”, si cabe la posibilidad de que se sigan tomando decisiones arbitrarias?.
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