Por alberto velásquez m.
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, tomando como base la información que reposa en el Observatorio de Memoria y Conflicto, entre los años de 1958 –comienzos del periodo del Frente Nacional con la presidencia de Alberto Lleras– hasta el año 2020, mitad del mandato de Iván Duque, 356.369 colombianos han sido víctimas de la violencia. Una cifra escabrosa que ha venido aumentando a medida que han pasado tantos gobiernos del régimen imperante, como lo llamó Álvaro Gómez. Quince cuatrienios presidenciales cumplidos, han sido impotentes para contener esa hemorragia que se va desbordando desproporcionadamente.
La violencia política entre los años 1948 y 1953 fue más corta pero quizás más intensa. Se calcula que cerca de 300.000 víctimas dejó esa guerra civil no declarada entre conservadores y liberales. Fue una época en que se desbordaron las pasiones más sectarias y los métodos de combate más inhumanos y macabros. Crímenes luego “perfeccionados” por las guerrillas, narcotraficantes y paramilitares. Semilla amarga que aún sigue germinando a pesar de haberse pactado hace cuatro años un acuerdo de paz con las Farc.
Dice el Centro de Memoria Histórica que se examinaron 611 fuentes y cerca de 33.000 documentos para concluir que en estos últimos 60 años el país ha vivido bañado en sangre. Estas pesquisas arrojan que entre 1958 y 2020 se contabilizan “356.369 hechos violentos que han dejado 265.505 víctimas fatales”. El resto de esta contabilidad demoníaca ha salido de asesinatos colectivos, violencia sexual, secuestro, reclutamiento de menores, desapariciones forzadas, masacres, terrorismo, minas antipersona y todas las acciones demenciales que agotan hasta los códigos penales más minuciosos y detallados en las calificaciones de las diferentes modalidades de delitos. Una vitrina para mirarse una Colombia enferma, llena de dolor.
En los cuatro años que lleva firmado el acuerdo de paz de La Habana, el balance es bastante deficitario. Lo dice la Fundación Ideas para la Paz: “Lejos de desactivar el conflicto armado en Colombia, en el cual ya hay múltiples actores y causas estructurales, la violencia parece estarse recrudeciendo”. Y habla del incremento del crimen, de desplazados, de asesinatos, de nuevos actores en la lucha armada, que dejan un sinsabor sobre los resultados que se van obteniendo de tan oneroso Acuerdo.
Una buena síntesis de la desgarradora historia del conflicto, la hace Jorge Orlando Melo: “La violencia ha sido ante todo de origen político, producida por liberales y conservadores entre 1947 y 1957 y después por las guerrillas comunistas formadas a partir de 1964, los grupos paramilitares creados desde 1978 por organizaciones de la droga, propietarios rurales y miembros de la fuerza pública para combatir la guerrilla. Esa violencia creó olas expansivas que desorganizaron la sociedad, cambiaron sus valores, debilitaron la justicia y la policía y dieron campo y estímulo a otras formas de delincuencia como el narcotráfico”.
El narcotráfico y la coca siguen siendo la gran materia prima para que la corrupción y la violencia no tengan pausa y menos se agote la siniestra contabilidad de víctimas causadas por el conflicto armado, recogidas por el Centro de Memoria Histórica. El mismo conflicto que ingenuamente se creyó, que terminaba con la simple firma del Acuerdo de La Habana.