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¿China o Estados Unidos?

Es necesario que Colombia profundice sus lazos comerciales con China y aunque se pueden abrir nuevas oportunidades, el país no debe renunciar a su historia diplomática ni a sus valores.

hace 17 horas
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  • ¿China o Estados Unidos?

La visita del presidente Gustavo Petro a China se resumió en el anuncio de intención de adherir a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida también como la Nueva Ruta de la Seda, la principal apuesta del gobierno de Xi Jinping para ampliar la influencia global de la segunda mayor economía del mundo.

Aunque este acercamiento no implica aún un tratado formal —pues lo que se firmó no es vinculante y requerirá la ratificación del Congreso—, sí representa un giro simbólico en la política exterior colombiana, tradicionalmente alineada con Washington. Que Petro firme esta intención es parte de su interés de reposicionar al país en el nuevo tablero geopolítico.

El anuncio no sorprende. Petro ya había dejado entrever su intención de estrechar lazos con China, en un contexto donde la influencia de Estados Unidos en la región parece ir en declive: por un lado, por el desinterés creciente de Washington hacia América Latina, y por otro, por el carácter errático y transaccional que define hoy su política exterior. Esta combinación ha llevado a que muchos de los aliados de Estados Unidos —sin importar ideología o ubicación geográfica— empiecen a cuestionar cuán confiable sigue siendo la alianza con el Tío Sam.

El clima de opinión también se transforma velozmente producto de los primeros meses de la presidencia de Trump. Según un sondeo virtual de The Economist, la percepción favorable de China en América Latina, incluyendo Colombia, alcanza niveles inéditos: cerca del 60 % de los colombianos considera que China respeta más a los latinoamericanos, mientras que sólo un 35 % opina lo mismo de Estados Unidos. Esta tendencia también la confirma la más reciente encuesta de Invamer: desde el retorno de Trump, la favorabilidad hacia China superó el 60 %, casi duplicando la imagen positiva de Estados Unidos. El otrora “patio trasero” de Estados Unidos podría estar empezando a ver en Beijing un socio más respetuoso y confiable que su vecino del norte.

Sin embargo, nada se puede entender en blanco y negro. Colombia ha sido, durante más de un siglo, uno de los aliados más cercanos de Washington en América Latina, y aún está lejos de dejar de serlo. Hoy, Estados Unidos continúa siendo el principal destino de nuestras exportaciones —algo que ya no ocurre en la mayoría de países de la región—, además de ser el mayor proveedor de cooperación militar y en la lucha contra el narcotráfico.

No obstante, lo ocurrido esta semana en Beijing es una muestra de que esa hegemonía comienza a verse seriamente desafiada por un Estados Unidos cada vez más aislacionista y volátil. La reelección de Trump ha acelerado un proceso de ruptura con aliados tradicionales y Colombia podría no ser la excepción. Ya se ciernen dudas sobre la continuidad de su certificación en la lucha contra el narcotráfico —que representa millones de dólares en apoyo financiero—, mientras que la amenaza constante de nuevos aranceles pone en riesgo industrias enteras que han crecido bajo la premisa de una relación comercial profunda y estable con el mercado norteamericano.

En este contexto, lejos de ser descabellado, resulta acertado que el Gobierno explore con mayor vigor nuevas alianzas. China, lejos de ser el productor de baratijas de antaño, lidera hoy industrias de alta tecnología como los vehículos eléctricos, la inteligencia artificial y la energía solar. Empresas como BYD o DeepSeek demuestran que la innovación también puede venir de Asia. Además, su creciente presencia en América Latina se ha traducido en inversiones masivas en infraestructura —que responden a un interés estratégico de Beijing de profundizar su influencia en la región—, de las cuales Colombia ha sido menos protagonista que Perú, Argentina o Brasil. Por supuesto, hay que estar alerta: a pesar del esfuerzo que el gobierno chino está haciendo para erradicar la corrupción el aroma de pago de comisiones todavía se siente en algunas firmas chinas.

Aun así, pese a lo anterior, Colombia tampoco puede caer en el espejismo de que es posible reemplazar a Washington por Beijing de un día para otro. Nuestro comercio con China sigue siendo marginal en comparación con el de Estados Unidos, y está fuertemente concentrado en bienes primarios como petróleo y carbón.

Más aún, no debemos olvidar que China es un gobierno autoritario, con un historial cuestionable en derechos humanos, libertades individuales y transparencia. La afinidad de Colombia con los valores de la democracia liberal ha sido un ancla en tiempos de tormenta. Por eso, aunque Estados Unidos hoy sea un aliado menos predecible, sigue siendo, en el largo plazo, un referente más cercano a nuestras aspiraciones institucionales que el régimen de partido único chino.

Es legítimo y necesario que Colombia profundice sus lazos comerciales con China. Ser parte de la Ruta de la Seda puede abrir nuevas oportunidades, pero no debe implicar una renuncia a nuestra historia diplomática ni a nuestros valores. Como lo han hecho otros países de la región, debemos actuar con pragmatismo y sin ingenuidad, evitando caer en la lógica binaria de que debemos elegir entre Washington y Beijing.

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