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Un rasgo de la personalidad de Petro, que parece una huella de su identidad, es sabotear o destruir sobre lo construido. Puede llegar a hacer verdaderos destrozos en Colombia.
Hace un par de semanas, el presidente Gustavo Petro dijo que al metro de Bogotá “se lo tiraron para hacer una chambonada”. Y si bien no son nuevos los ataques del mandatario al proyecto más importante de las últimas décadas en la capital, vale la pena detenernos en la frase porque retrata una faceta de la personalidad del Presidente que está haciendo estragos en Colombia.
El metro de Bogotá lleva ya cuatro años en construcción, ya levantaron hileras de columnas de concreto, comenzaron a instalar la estructura del viaducto y debe estar listo en 2028. Es decir, después de oír a lo largo de 80 años promesas de dirigentes políticos que terminaron siendo todas vacías, por fin, esta vez, el metro ya tiene cara.
Pero como a Gustavo Petro no le gusta, porque no lo hicieron como él quería, no afloja en su empeño de intentar destruirlo. Desde cuando llegó a la Presidencia, “ordenó” cambiar su trazado y dejó saber que estaba dispuesto a gastar los billones de pesos necesarios para hacer subterráneas algunas estaciones.
Y ahora, tras fracasar en su intento de cambiarlo, se ha dedicado entonces a desacreditarlo. Se activó el lado oscuro de la fuerza, las bodegas dedicadas al vandalismo digital, para hacerle la peor antesala posible a esta gran obra. Se necesita una alta dosis de mezquindad, y tener poco amor en el corazón, para sabotear un proyecto que es piedra angular para mejorar la calidad de vida de millones de personas. ¿A quién, que de verdad quiera a un país y a su gente, se le ocurre pordebajear de esa manera una obra tan anhelada?
Petro no ha podido demostrar tener la razón en lo técnico. Su idea de metro quedó atrapada en un callejón sin salida, los geólogos le advirtieron que en el corredor por donde iría no se podía usar tuneladora y nunca pudo abrir licitación porque ningún banco se prestó para financiarla. De ese metro solo le quedó al país un dummy hecho en cartón.
Pero esto es apenas una excusa para hablar del tema de fondo y es ese rasgo de la personalidad de Gustavo Petro, que parece ser una huella de su identidad, y es esa inclinación a sabotear o a destruir sobre lo construido, que puede llegar a hacer verdaderos destrozos en Colombia.
Como alcalde de Bogotá se le ocurrió cambiar el esquema de recolección de basuras que funcionaba como un reloj. Y cuando puso en práctica su idea, sin planeación ni rigor, produjo una gran crisis de basuras y le tocó pedirle cacao a las empresas privadas para que volvieran a recoger los desperdicios.
A Petro tampoco le gustaba el Transmilenio, a pesar de que había sido copiado como un sistema exitoso en decenas de países. Si bien no podía acabar con el sistema, lo dejó en cuidados intensivos: su narrativa en contra de los operadores privados creó el ambiente propicio para que cientos de miles de personas se colaran cada día, abriendo un hueco fiscal tremendo. El entonces alcalde echó mucho discurso en contra de los operadores privados de ese sistema de transporte pero al final los terminó favoreciendo y contaminando más el medio ambiente.
Lo preocupante es que ese mismo espíritu, de destruir sobre lo construido, acompaña a Petro ahora en su labor como Presidente.
En su primeros dos años vimos cómo le aplicó el “chu-chu-chu” al sistema de salud. Más allá de cualquier discurso de Petro, difícilmente podrá borrar el dato de que en 1990 solo el 23% de los habitantes de Colombia estaban asegurados en salud, y él recibió cobertura del 98%.
Petro también le ha puesto palos en la rueda a las autopistas 4G, porque le parece que son para los ricos, como si esas vías no fueran las venas por las que corre la vida del desarrollo del agro que él tanto pregona. E intentó acabar con la exitosa operación de producción de pasaportes, pero, como ocurrió en la Alcaldía, terminó favoreciendo al privado que tanto criticó.
Ahora, la gran preocupación está en que sabotee el sistema que creó el país hace 30 años para garantizar el suministro continuo de energía. La prueba es que el vecino Ecuador está sufriendo apagones diarios de 14 horas y Colombia no, precisamente gracias a ese esquema que Petro intenta modificar con maniobras.
A diferencia de lo ocurrido con las basuras o el Transmilenio en Bogotá, en este caso los destrozos del huracán Petro no solo se medirán en vidas humanas y en menor progreso del país, sino que pueden ser irreversibles.