x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

El país de las cortinas de humo

Colombia parece estar sometida a una suerte de “régimen del humo” en el cual la dinámica del día a día consiste en alimentar a la opinión pública con anuncios polémicos, no importa lo inverosímiles que sean, para mantenerla distraída de las crisis.

15 de octubre de 2023
bookmark
  • El país de las cortinas de humo

Colombia, de repente y en los últimos tiempos, se ha visto sacudida por anuncios que, de ponerse en práctica, producirían un gran impacto en el país, pero que en realidad se tratan tan solo de frases explosivas que lanza el Presidente de la República o cualquier otro funcionario del Gobierno, que parecen tener la misión de distraer la atención de la opinión pública – lo cual logran – y al cabo de dos o tres días se esfuman.

El país se está viendo sometido a una andanada de las llamadas “cortinas de humo”, una estrategia de propaganda y manejo de opinión pública que se ha vuelto popular en el gobierno de Gustavo Petro sobre todo desde mediados de este año cuando explotó la noticia – esa sí de verdad – de la confesión de su hijo Nicolás Petro sobre lo que serían irregularidades en la financiación de la campaña del hoy presidente.

Hay que decir que no es un invento de este gobierno. Gobiernos como el de Ernesto Samper y el de Álvaro Uribe solían utilizarlas. Sin embargo, esta vez parece estarse acentuando su uso tal y como lo muestra un rápido repaso a algunos de los globos que han echado al aire en lo corrido de este mes.

Hace ocho días, por ejemplo, el presidente Petro dio un discurso en Villavicencio y lanzó la idea de “nacionalizar la vía al Llano” porque con la plata de nuevos peajes –dice– se podrían arreglar tramos de vía hoy desatendidos. El país se dedicó a debatir si se puede o no se puede, a analizar qué interés habría detrás, se hicieron entrevistas a los afectados, habló el gremio, ripostó el concesionario de la vía, y así se consumió tiempo y esfuerzos de toda la sociedad en un debate que probablemente terminará en nada.

Días antes el ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, aprovechó una rueda de prensa para plantear que “no debería existir el seguro obligatorio de accidentes de tránsito (Soat)”. Por la misma línea de lo dicho por Petro de que el Soat “se ha convertido en un instrumento de captura delictiva de los dineros de la salud”. Y se repite la dinámica: los medios recogemos el globo, titulamos el Gobierno quiere acabar el Soat, al Ministro lo entrevistan en todas las emisoras, los contradictores en el Congreso lo tildan de irresponsable, alguno le reclama su incoherencia o indolencia porque del Soat provienen importantes recursos para la salud y un par de días después el tema desaparece.

Lo mismo pasó con la idea de “flexibilizar” la regla fiscal que sacó del cubilete el director de Planeación Nacional, Jorge Iván González, y la lanzó sin mayor explicación de motivos a la opinión pública. La regla fiscal es esa herramienta que permite tener cierto control del gasto público y evitar excesos que puedan llevar al país a la quiebra. Los expertos en macroeconomía pusieron el grito en el cielo, explicaron el descalabro que podría darse, se llenaron páginas con los análisis económicos, pero al final tampoco pasó más nada.

Y antes de eso, el presidente Petro había puesto al país a debatir también sobre el transporte gratis. De repente en su cuenta de X se preguntó que cómo sería si cualquiera pudiera subirse “gratis” a los sistemas de transporte masivo en todo el país y que para ello se pagaría una “pequeña cuota en el recibo de la luz”. La gente sacó su calculadora y le respondieron funcionarios públicos de varias capitales diciéndole al presidente que las cuentas no daban. Argumento va y queja viene y, otra vez, no pasó nada.

Y así sucesivamente: el presidente Petro también ha propuesto crear un nuevo departamento en el Magdalena Medio, montar una capital de paz en el Catatumbo, y “pagar por no matar”. En algún otro momento anunció que el país había comenzado a renegociar el TLC con Estados Unidos. Y ese mismo día también amenazó con acabar el Fondo del Café si la Federación de Cafeteros no se reestructura.

Por no hablar de las denuncias que lanza al aire sin mayor sustento como la de los supuestos empresarios españoles que estaban financiando un golpe en su contra. O las decisiones que toma pero que solo parecen tener el interés de apuntarse un impacto mediático, como fue presentar la terna de la Fiscalía seis meses antes de que la Corte Suprema pueda discutirla; o decretar la emergencia económica en La Guajira sin suficiente sustento y que la Corte terminó tumbando; así como ese tate quieto que les puso a los ministros a los que les dijo que tenían un mes para mejorar la ejecución (“si toca hacer cambios pues hay que hacerlos”). Eso fue en agosto, ya vamos en octubre y no ha pasado nada.

En fin. Colombia parece estar sometida a una suerte de “régimen del humo” en el cual la dinámica del día a día consiste en alimentar a la opinión pública con anuncios polémicos, no importa lo inverosímiles que sean, para mantenerla distraída de las crisis por las que eventualmente atraviesa el Gobierno y sobre todo para que no tienda a pensar o quejarse sobre la baja o nula ejecución de sus tareas.

De suerte que catorce meses después de comenzar el gobierno del cambio tal vez cabe la frase del músico y Premio Nobel Bob Dylan: “No hay nada tan estable como el cambio”.

Esta forma de gobernar puede ser útil para conjurar la grave crisis que aqueja al gobierno en materia de anomalías en la financiación de su campaña, pero en el mediano plazo puede resultar perjudicial porque el país vive en una constante zozobra debatiendo hechos que generan profunda incertidumbre.

También puede tener un impacto en la credibilidad del Gobierno. Si bien, los funcionarios lanzan bombas noticiosas que en teoría deben mantener encendida cierta ilusión en los ciudadanos (transporte gratis, por ejemplo) el hecho de que estos anuncios no se hagan realidad terminan desgastando la confianza con el gobernante y en general con el sistema democrático.

Sin confianza, sin credibilidad, el edificio del gobierno se viene abajo. Bien decía Aristóteles en su libro Política que la degradación de la democracia se expresa en la demagogia. Llega un momento en que el pueblo deja de sorprenderse con los fuegos artificiales de la retórica.

Sigue leyendo

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD