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Petro al ver que su equipo no da pie con bola quiere cambiar las reglas y se ha dedicado a decir que “los árbitros están comprados”. Entonces le echa pullas al Congreso, a la Justicia y a las Cortes.
El presidente Gustavo Petro es como un entrenador de fútbol al que le está yendo mal en el campeonato y en vez de poner mejores jugadores, ajustar su estrategia y en general la manera como juega su equipo en la cancha, quiere obligar a que se cambien las reglas del campeonato.
Al menos eso parece ser lo que está pasando con su insistencia de convocar a una Asamblea Constituyente, que mencionó por primera vez el 15 de marzo. Así no llegue a cambiar las reglas de juego, logra lo que podría ser su verdadero propósito que es distraer a la opinión pública para que dejemos de hablar de las múltiples crisis de su gobierno.
La idea es que nos concentremos en esa cortina de humo gigante y no se siga hablando de qué va a pasar con la financiación ilegal de la campaña de Petro, revelada por su propio hijo Nicolás y por el hoy embajador Benedetti. O no preguntemos cuándo es que la Fiscalía va a comenzar a investigar en serio la repartidera de coimas a los congresistas vía la UNGRD. Y más aún, aspira tal vez a que ya nadie se acuerde que está colapsando el sistema de salud, que atiende a pobres y a ricos prácticamente por igual.
¿Por qué si Petro tenía tan claro que las reglas no eran buenas no ofreció cambiarlas antes de meterse a jugar el campeonato? ¿Por qué lo hace apenas ahora cuando su gobierno y miembros de su familia están envueltos en graves escándalos?
Solo uno de los escándalos que enfrenta Gustavo Petro sería suficiente para que cualquier otro mandatario estuviera contra las cuerdas. Con decir, que Ernesto Samper repite a menudo que prácticamente se le acabó su gobierno, o al menos las propuestas que traía, cuando estalló el escándalo del 8.000. Que no es muy distinto a uno de los varios líos que penden sobre la cabeza del presidente Petro.
Pero volviendo con el símil del entrenador, Gustavo Petro al ver que su equipo no da pie con bola en el terreno de juego, no solo quiere cambiar las reglas sino que se ha dedicado a decir que “los árbitros están comprados”. Entonces le echa pullas al Congreso, le echa pullas a la Justicia y a las Cortes.
Dice que no ha podido hacer lo que él quiere porque las instituciones están tomadas por una suerte de mano negra que le bloquea todas sus iniciativas. Pero curiosamente, de los varios temas que mencionó en entrevista con la revista Cambio este fin de semana (ordenamiento territorial, reforma agraria y verdad judicial), ninguno de ellos lo ha presentado como reforma al Congreso.
Valdría la pena que revisara lo ocurrido con su homólogo Andrés Manuel López Obrador. Al mexicano, que dejará su cargo precedido de una buena popularidad, le tumbaron varias reformas, la de la industria eléctrica, la de la Guardia Nacional, la del Instituto Nacional Electoral, pero en ningún momento se le ocurrió convocar una asamblea constituyente.
Y volviendo con el símil del campeonato, tampoco pinta bien el hecho de que buenos jugadores de su equipo estén diciendo que prefieren no jugar el partido de la Constituyente (el senador Iván Cepeda, y la actriz Margarita Rosa de Francisco) y el Presidente termine apoyado por personajes como el excanciller Álvaro Leyva, que como se demostró en un informe publicado ayer por EL COLOMBIANO nunca se supo si trabajaba para el Estado o para las Farc; y el inefable fiscal Eduardo Montealegre.
El excanciller Álvaro Leyva se sacó del sombrero el famoso “parrafito” del Acuerdo de Paz, que habla de hacer un Acuerdo Político, y alega que no se ha hecho la Constituyente que se pactó en ese acuerdo. ¡Imagínense eso! ¡A todos se les olvidó!: al Gobierno que lo firmó, a las Farc que les interesaba, a la ONU que está verificando y al propio Petro se le pasó por entre las piernas y apenas se acordó de ese pequeño detalle ahora, ocho años después.
Gracias a dios apareció el ‘sabio’ de la paz y descubrió tal exabrupto. A Leyva hay que decirle que si bien el parrafito está no significa lo que él quiere hacerle decir. Como bien lo ha dicho el senador Humberto de la Calle, en las negociaciones dijeron “No” a la Constituyente y ese tipo de Acuerdos Políticos del que se habla en el texto se convocan para conflictos existentes y ese de las Farc ya terminó.
También apareció Eduardo Montealegre con su tesis bajo el brazo: dice que el Acuerdo de Paz es “Constitución”. Al exfiscal se le olvidó –otro olvido– que la Corte Constitucional ya resolvió ese punto en la sentencia C-379 de 2016 en la que de manera unánime los nueve magistrados fallaron que el Acuerdo de Paz no es parte de la Constitución.
El presidente Gustavo Petro ha sacado a relucir todo tipo de argumentos. No siempre los mismos. A veces confusos. Pero en lo que más insiste es que no se ha cumplido el Acuerdo de Paz. De hecho, recordemos, dijo que iba a ir a la ONU a denunciarlo.
Y en eso tal vez tiene razón, su gobierno ha estado fallando en ese punto. Pero Presidente, hay una mala noticia: para cumplir el Acuerdo de Paz no se necesita una Constituyente, para eso se necesita gobernar, trabajar y solucionarle a la gente los problemas.
La Asamblea Constituyente no va a solucionar la violencia que hoy acosa a muchos colombianos, producto en parte de la errática política de la paz total; ni el poder constituyente tiene cómo reparar los daños que el gobierno ha hecho al sistema de salud por estar de brazos cruzados mirando el “chu-chu-chu”.
Petro dice que “por ahora” no convocará Asamblea Constituyente porque sabe que no tiene el músculo político para ello. En cambio sí habla de que “el pueblo se convoque a sí mismo como poder constituyente”. Pero contrario a lo que quiere hacer creer, tampoco parece tener al pueblo de su lado. Las reuniones que ha convocado en distintos sitios del país han resultado relativamente lánguidas.
Lo peor es que en la medida en siga dedicando su tiempo a hablar de Constituyente y no se dedique a gobernar, a resolver los problemas, se seguirán agravando la vida diaria de la gente, y se le seguirá yendo el pueblo entre los dedos de las manos.