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La impopularidad de los dos es indudable en las encuestas —los rechazan seis de cada diez estadounidenses—, pero salen fortalecidos cada vez que solicitan votos en las urnas.
Las elecciones del llamado Supermartes en Estados Unidos dejaron como ganadores contundentes de sus respectivos partidos a Joe Biden por los demócratas y a Donald Trump por los republicanos, marcando así el inicio del duelo entre los dos candidatos a las elecciones presidenciales del 5 de noviembre. La impopularidad de los dos es indudable en las encuestas —los rechazan seis de cada diez estadounidenses—, pero salen fortalecidos cada vez que solicitan votos en las urnas. La habilidad de uno y otro y el desespero de muchos votantes son dignos de estudio.
Aunque matemáticamente no han logrado la nominación de sus partidos, ya nada se interpone en el camino. Trump recibió la noticia de que su única competidora, Nikki Haley, tiró la toalla tras su fracaso del martes y con eso consolida su dominio sobre los republicanos. Su reto inmediato es conseguir la unión del Partido. Biden, por su parte, ganó holgadamente, pero tuvo que encajar el voto de castigo de los demócratas que no están de acuerdo con la postura de su administración respecto al conflicto en Gaza. El mensaje que envió puede hacer que muchos se lo piensen dos veces antes de las elecciones: “¿Vamos a seguir avanzando o vamos a permitir que Donald Trump nos arrastre hacia atrás en el caos, la división y la oscuridad que definieron su mandato?”.
El escenario que se presenta habla de un margen muy estrecho para los dos candidatos. De ahí que Trump necesite ganarse el apoyo de la base de votantes de Haley que, según los sondeos, preferirían no votar o apoyar a Biden, antes que al candidato republicano que no solo está acorralado por numerosas causas judiciales sino que ha convertido su retórica en un discurso cada vez más autoritario, xenófobo y conspirativo. Y Biden debe remontar la realidad de su índice de aprobación que se encuentra a estas alturas en el 38,1%, el más bajo desde 1948 cuando Harry Truman obtenía un 36,1%.
Pero si hay algo que llama la atención tras estos resultados del Supermartes es cómo consiguió Trump renacer de sus cenizas. Tras su deshonrosa salida de la Casa Blanca, dos semanas después de que miles de sus seguidores se lanzaran, al calor de sus arengas, al asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021, el republicano ha retomado el control total del aparato del partido y de su alma. Y lo ha hecho con la fuerza de un presidente que busca la reelección más que como un perdedor que quiere volver a intentarlo. En 2021 Trump parecía que iba directo al basurero de la historia, convertido en un político gritón que vociferaba sin parar y cuyas bases se estaban reduciendo cada vez más. Los hechos indicaban que el expresidente había hecho parte de un mal sueño americano.
Pero subestimar a Trump ha sido siempre una mala idea y de eso tomaron nota sus copartidarios. A pesar de sus líos judiciales pendientes, de sus dos impeachments y de las críticas de destacados líderes de su partido, la mayor parte de los republicanos se ha ido tragando sus palabras ante la evidencia de su popularidad y el aumento de su capacidad de recaudación. Cada tropiezo le ha servido para afinar su discurso de mártir y salvador a la vez, repitiendo en todos los escenarios posibles que “cuando vienen por mí, vienen en realidad por ustedes, pero no se preocupen, porque yo me mantengo firme en mi camino”. Sus trucos y argucias son inimitables y mientras más caos siembra más cómodo se le ve improvisando.
Una de las cosas más inusuales de Trump es que sus simpatizantes no lo responsabilizan de ninguno de sus fracasos que, en cambio, atribuyen a los medios, a los demócratas o a los republicanos que llaman “blandos”. Para ellos su figura es una mezcla rara de superhombre cuya criptonita es la ineptitud de los demás. Su caso es tan excepcional en la política estadounidense que ya son varios los analistas que creen que si llegara a perder en noviembre podría volver a presentarse con su propio partido.
Quién iba a pensar hace nueve años que este tipo de republicano populista y marginal iba a triunfar en un entorno moderado, ese que ahora llaman el “Partido Republicano de tus abuelos”, que creía en sus instituciones, en el mercado y en el papel policivo que debían cumplir como miembros de la primera potencia del mundo. De ello fueron ejemplo Reagan y los dos Bush.
Trump ha conseguido rehacer el partido a su imagen y semejanza. Lo que prima ahora es el nacionalismo populista del movimiento que ha llamado MAGA, siglas de Make America Great Again (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo) y un aislacionismo que invita a mirarse el ombligo y a dejar que los demás se salven como puedan.
Faltan ocho meses para saber cuál de los dos contrincantes será el vencedor. Biden a sus 81 años y Trump a sus 77 tienen a Estados Unidos tan dividido ideológicamente que es arriesgado hacer apuestas. Sin duda alguna, este duelo empieza a adquirir tintes de un inevitable déjà vu.