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Las dos economías de Colombia

Colombia necesita que todos los sectores de la economía avancen a un ritmo adecuado. Crecer, como hoy lo hacemos, no será sostenible por mucho tiempo.

26 de mayo de 2025
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  • Las dos economías de Colombia

El dato de crecimiento del primer trimestre de 2025, con un aumento del 2,7% del PIB, es una noticia alentadora, pero es importante reflexionar sobre otras cifras que incluye el Dane en su informe que dejan un sinsabor sobre las perspectivas económicas de Colombia en el mediano plazo.

Lo positivo es que el dato rompe con una racha preocupante de estancamiento que había llevado al país a registrar crecimientos inferiores al 1% en 2023 y a cerrar 2024 apenas con un 1,7%. Aunque puede parecer un repunte modesto, es la mayor tasa trimestral desde finales de 2022 y marca un quiebre en la tendencia en la medida en que Colombia vuelve a ubicarse en cifras de crecimiento por encima del promedio latinoamericano.

Sin embargo, si se revisan las cifras sector por sector, el crecimiento es bastante desigual. El 75% del crecimiento se explica por solo tres sectores: entretenimiento, agro y comercio. Por el lado de la demanda agregada, el mensaje es igual de elocuente: el motor principal de la economía fue el consumo, tanto público como privado. El gasto de los hogares creció, impulsado por un mercado laboral más activo —aunque crecientemente informal—, un flujo récord de remesas y un turismo que continúa creciendo con fuerza tras la pandemia.

Sin embargo, y aquí está el punto que genera preocupación, es que la inversión –lo que los especialistas llaman la formación bruta de capital fijo– volvió a caer y la inversión como proporción del PIB permanece en su punto más bajo de la última década: alrededor del 17% del PIB, muy lejos de los niveles superiores al 20% que el país mantenía antes del cambio de gobierno.

Esas diferencias virtualmente han dividido al país en dos economías: una que avanza con dinamismo, impulsada por el café, el oro, el turismo, el empleo del sector público, los juegos de azar y el entretenimiento. Y otra economía que, por el contrario, se arrastra: la de la construcción y las obras civiles, por ejemplo.

La primera economía, la dinámica, está jalonada en gran medida por factores que no retratan bienestar o desarrollo desde Colombia, sino el hecho de que hay vientos que soplan a favor del país. Estamos hablando, por ejemplo, de los precios históricamente altos del café y el oro, este último por encima de los 3.000 dólares la onza. También, de las remesas que continúan fluyendo, ratificando el bienestar de los países a donde han migrado los colombianos, el uso de efectivo como medio de pago ha crecido de manera sostenida y el gasto público sigue en expansión, pese a un déficit fiscal que ronda el 7% del PIB y que amenaza con agravarse aún más.

Esta economía pujante también se refleja en una informalidad laboral del 58%, con sectores como la hotelería y la agricultura —protagonistas del crecimiento reciente— que contribuyen significativamente a este fenómeno.

Buena parte de la primera economía, la dinámica, está asociada a un consumo que podría ser efímero, no se traduce en mejoras estructurales ni en capacidades productivas duraderas para el país. Es una economía que genera movimiento, pero con escasa formalidad, bajo pago de impuestos y una dependencia excesiva de factores volátiles como las remesas, los precios de los commodities o un gasto estatal financiado con más deuda.

Mientras que por el lado de la otra economía, la que va lento, la construcción atraviesa su peor momento en años: pese a ligeros repuntes recientes, las ventas de vivienda de interés social siguen en niveles que no alcanzan la mitad de los registrados en varias regiones antes de la llegada del actual gobierno. Los problemas del programa Mi Casa Ya, lejos de solucionarse, parecen encaminados a permanecer sin respuesta clara hasta el final del cuatrienio. Las obras civiles, que durante el auge de las 4G llegaron a representar más del 2% del PIB, hoy, ante la ausencia de proyectos de infraestructura ambiciosos en ejecución —más allá del Metro de Bogotá—, apenas superan el 1% de la economía. La industria de hidrocarburos sigue sin recuperarse y la inversión privada continúa estancada.

Los mensajes beligerantes del Gobierno y una presión fiscal creciente generan un ambiente hostil para la inversión productiva. A esto se suma la asfixia financiera que enfrentan sectores clave como salud, infraestructura y energía, debilitados por atrasos en pagos del Gobierno y regulaciones inciertas.

Además, el mundo plantea nuevas amenazas: las tensiones comerciales impulsadas por la administración Trump verán su mayor impacto en la economía global a partir del segundo semestre, lo que hace que nuestro crecimiento actual —que ni siquiera alcanza un crecimiento anual del 3%— no solo resulte modesto, sino también frágil. Una caída pronunciada en los precios de los commodities y en el ingreso de divisas, ante la perspectiva de una recesión global, podría detenernos en seco.

Colombia necesita que todos los sectores de la economía avancen a un ritmo adecuado. Apostar por la inversión productiva, estabilizar las finanzas públicas, proteger la seguridad jurídica y promover el empleo formal deben ser prioridades. Porque crecer, como hoy lo hacemos, no será sostenible por mucho tiempo.

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