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Si no fuera por la tragedia de millones de personas, por la debacle social, económica y moral, y por el desgarro de cientos de miles de familias separadas por la fuerza, los discursos de Nicolás Maduro serían parodia cantinflesca de un programa de burla política. Pero el drama de su pueblo no incita a la risa de nadie. A pesar de no ser reconocido por decenas de países, Maduro habló en la Asamblea General anual de la Onu como jefe de Estado de su país. Echó la culpa de las desgracias de Venezuela a los demás. Y dijo que su régimen “respeta y protege los derechos humanos”.