Las luces de las lámparas que iluminan la Avenida Regional todavía están encendidas. Son las cuatro de la mañana y, aunque Medellín todavía no despierta por completo, en la Plaza Minorista muchas de las más de tres mil personas que trabajan allí ya llevan más de cinco horas de jornada laboral.
Se inauguró el 15 de agosto de 1984 a las diez de la mañana, y desde ese momento no para: cierra sus puertas al público a las seis de la tarde, pero los camiones siguen llegando a toda hora dispuestos a cargar y descargar alimentos que llegan desde la costa Caribe o el Oriente antioqueño.
De la tierra a la plaza
Un testigo de lo que ocurre en esta “microciudad” es Jefferson Giraldo Carvajal, un comerciante que ha crecido en este lugar, viendo cómo sus padres traían productos desde su finca hasta la plaza y los negociaban. Ahora, siguiendo la tradición, este joven de Marinilla se levanta sagradamente a medianoche para traer los “mercados” desde su pueblo y llenar locales con bultos de lechuga, repollo, coles, espinacas.
“Para trabajar aquí es necesario conocer a la gente y el mercado, ser muy claro con los precios y no tumbar a los otros”, comenta, mientras termina de ajustar los precios del cilantro, que ayer se vendió a 17 mil pesos el bulto. “Además, es importante hacer una sana competencia para que todos los que trabajemos aquí ganemos”, recalca Jefferson.
De la plaza al barrio
Uno de esos personajes que nunca faltan es Jahiber Correa. Empaca cebollas y ajos y cuenta que desde hace doce años tiene una revueltería en el barrio Doce de Octubre, y siempre compra en esta plaza porque es mucho más barato.
El dueño del local donde compra Jahiber es Nicolás Giraldo. Él se acerca hablando de la fotografía, su gran pasión: “Yo siempre le he dicho a la gente que venga aquí a fotografiar, aquí hay unas cosas muy lindas; además la plaza es muy segura y la gente es muy amable”. Nicolás tiene su negocio desde que se fundó la Minorista, dice que “lo más importante es brindar productos de calidad”.
En un local iluminado, en el que las frutas están en perfecto orden, está Silvia Medina. Parada en una silla, mueve magos de un lado a otro al interior del estrecho local, envuelto en los olores del lulo, el maracuyá y la fresa. Desde ahí describe su rutina como vendedora de frutas: “Yo llego aquí desde las tres y media de la mañana y regreso a mi casa como a las cinco de la tarde. Todos los días me llegan frutas, pero las de más rotación son la fresa y la mora”.
Muy cerca de ella y rodeado de piñas, está un joven con una sonrisa de oreja a oreja. Es Luis Fernando Holguín, un muchacho de 20 años que trabaja para pagar sus estudios de ingeniería cívil en la Universidad de Antioquia. “Trabajo en las mañanas, más o menos desde las tres hasta las diez y media, once; luego estudio en las tardes de doce a seis o de dos a ocho”.
La labor de Luis Fernando es surtir el negocio de piñas y venderlas al por mayor, para él lo más importante es captar la atención de los clientes que vienen a surtir sus legumbrerías. “Este trabajo me ha servido mucho, con él me pude independizar, ahora estoy viviendo cerca de la universidad y el trabajo para poder hacer las dos cosas y aprovechar la oportunidad”, remata el futuro ingeniero.
La Twittercrónica deja en curso estas historias. Afuera de la plaza, pasadas las 5 de la mañana, la ciudad sigue estática, apenas se empiezan a ver las primeras rutas de buses pasar cerca. Cuando usted despierte, algún día, recuerde que la Minorista está ahí con su trajín imparable.