Está en reunión y escucha un gallo. Hay un silencio y alguien, finalmente, pregunta que qué fue. Que es el gallo de la vecina, responde ella, de donde viene el sonido. Y entonces explica que vive en las afueras, y que hay gallos y gallinas. En eso de trabajar o estudiar en casa es normal que se escuche el sonido o se vea lo que pasa allí: el motor de la lavadora, la licuadora del jugo, el llanto del bebé, el carro de la basura que pasa, o el gato que se monta en el escritorio y pone la cola en la cámara.
La nueva realidad cambió las rutinas y dejó que otros conocieran las casas y los espacios que antes eran anónimos o misteriosos. Se metió de repente en la vida íntima de estudiantes, profesores y empleados. Todo pasa al tiempo: la vida laboral y la de casa.
Un cambio repentino. Ahora se habla frente a una pantalla llena de cuadritos negros o rostros diminutos. Se comunica con la voz y, a veces, con la mirada. Al prender la cámara del computador o el celular durante una jornada laboral o de estudio se degrada esa línea divisoria entre el mundo de afuera y el adentro. “Los espacios de la casa donde están los computadores son el lugar de lo privado y lo personal, al encender la cámara se le permite al que está al otro lado que conozca la cama, las personas que están ahí, la mascota, y cómo maneja el tiempo de descanso”, dice la psicóloga Ana Cristina Jiménez Estrada.
La casa del profesor ya la han visto los alumnos. “Antes era un espacio al que los estudiantes no tenían acceso, con esta situación saben cómo es su lugar de vivienda, hay una presencia del mundo externo en el mundo privado”.
Ahora bien, tiene sus matices. “Encender la cámara permite mirar a los ojos al otro, crear un vínculo a partir de la imagen de los dos en la pantalla. Las cámaras llegaron para quedarse, muchas empresas están migrando hacia la virtualidad, entonces sí serán necesarias para vernos, nos acerca a los otros, hace más fácil y fluida la conversación, más eficientes los encuentros laborales”.
Al activar una cámara se permite mostrar el rostro, ver las expresiones de los interlocutores y generar un reconocimiento. Para María Rocío Arango, profesora de la Universidad Eafit, representa “una muestra de generosidad y de amor a los demás. Es un acto de respeto por quienes no tenemos frente a frente. Además, ayuda a la concentración, al estar presentes en el aquí y el ahora con quienes trabajamos o estudiamos. Prender la cámara ayuda a la comunicación porque se hacen visibles los gestos, las miradas y todo el componente no verbal que es tan importante en las interacciones”.
¿Invade la intimidad?
Arango manifiesta que compartir los espacios que antes eran privados puede llevar a que las personas tomen conciencia de los distintos modos de vida y vean esto como una manera de resistirse a la normalización de los comportamientos impuestos por la misma sociedad.
“Cada uno de nosotros puede controlar los aspectos de su espacio privado que deja a la vista y cuáles no. Por ejemplo, uno puede elegir sentarse frente a una pared blanca que no muestre nada o arreglar el lugar donde trabaja para que sea agradable a los demás, o simplemente dejarlo a la vista de los otros”. Y además, están los filtros que transforman el fondo, si no quiere mostrar el clóset con los zapatos detrás.
Precisa que prender la cámara no afecta la intimidad de estudiantes o empleados, siempre y cuando sea una decisión consensuada con profesores o jefes. “De alguna manera es el gesto que reemplazó al vestirse para una determinada ocasión. Nos vestimos distinto cuando estamos solos en casa que cuando tenemos visita o cuando hay que salir a la calle o al trabajo. Lo mismo pasa con la cámara, cada uno decide qué imagen de sí mismo quiere proyectar y se hace cargo de escenificar su interacción”.
Se trata de poner límites, de conversar y de ser conscientes de qué quiero mostrar y hasta dónde. La psicóloga Jiménez plantea que si la cámara está encendida “el 100 % de las clases y las jornadas laborales se puede convertir en una intromisión absoluta de la vida. Cuando se trabaja en la oficina hay momentos en los que no se es visto por nadie, se necesita la privacidad. Tener la cámara prendida todo el día significa estar observado y eso genera una sensación de persecución”.
Explica, además, que exigirle prender la cámara a una persona que no quiere puede generar trastornos de ansiedad por tener que “verse obligados a mostrar cómo son y dónde están, a veces se siente la necesidad del anonimato, puede llegar una disminución en el rendimiento y problemas de sueño e inseguridad, es una exposición para la que muchos no están preparados o no se sienten cómodos”.
Para algunos ver ese bombillito rojo que les recuerda que la cámara está encendida y que detrás hay varios ojos observándolos es un acto intimidante por “las inseguridades o que se enteren de algo privado que no quieren compartir, eso les genera un miedo. Mostrar el rostro, el lugar íntimo y los pensamientos es amenazante”.
La salud mental
El médico psiquiatra Milton Murillo señala que la virtualidad en los espacios de estudio y trabajo llegó de una manera tan agresiva que no hubo forma de controlarla. Fue una “invasión de la privacidad” que puede generar malestar e incomodidades, “es meter extraños a la casa que en condiciones normales no se haría aún cuando son conocidas”.
Revela que la salud mental de algunos estudiantes y trabajadores se puede estar viendo afectada por estos días debido a que “ya no toleran tener que estar largas jornadas frente a un computador y otros pierden la capacidad de concentrarse. El hastío de la virtualidad se presenta por la falta de contacto físico, el apego es un concepto biológico y cuando hace falta genera cambios en el estado humano, estamos para vivir en sociedad. Llega la virtualidad de una manera inevitable a reemplazar ese tipo de contacto, muchos no estaban acostumbrados, y la tolerancia a esa ausencia del vínculo físico se agota”.
Dispositivos, computadores y celulares ahora son las principales herramientas para estar cerca. En ocasiones se depende tanto de ellas que pueden sobrepasar los límites. “En las relaciones humanas funciona hacer un ‘encuadre’ previo a las condiciones, por ejemplo, al inicio del curso dejar claro si es necesario prender la cámara durante toda la clase o solo unos minutos, de esta manera la situación puede ser menos disruptiva y no toma por sorpresa a nadie”, precisa el psiquiatra.
Y reitera que en este punto de la pandemia, sin duda, la salud emocional se está viendo afectada por el exceso de cámaras y virtualidad. “Están estorbando un poco, hay personas que no soportan más reuniones virtuales y pantallas, sin embargo, por otro lado está la paradoja de que las necesitamos, son el medio de comunicación más importante”.
Por eso Murillo recomienda regular los tiempos de los horarios y no ignorar las pausas activas porque si esto se deja a un lado “podría producir un agotamiento y derivar en una ansiedad o en síntomas afectivos”.
Lo legal
De acuerdo con Ana María Mesa, abogada experta en derecho de las tecnologías, mientras las condiciones para estudiar o trabajar en entornos digitales estén dispuestos no hay una intimidad plena, se está en un escenario de exposición pública. “Entrar a las plataformas Microsoft Teams o Zoom es como entrar a un edificio o a una sala de juntas físicamente hablando. Ninguna norma dice que presencialidad significa estar en carne y hueso, es estar ahí. En el contexto educativo un profesor tiene todo el derecho a exigirle al estudiante que prenda la cámara porque la expectativa de privacidad se reduce debido a que para la ley, incluso, lo que se vive en un entorno digital es equivalente al entorno físico”.
En presuntos casos de suplantación, el docente puede exigir prender la cámara, dice Mesa. Esto es cuando un estudiante se hace pasar por otra persona para evadir la clase o resolver los talleres. “De comprobarse, el estudiante se puede exponer a una sanción disciplinaria y la cámara que se tiene que prender para corroborar la situación porque no hay cómo ir al lugar. Es una forma de control o validación”.
“Si el docente en su libre cátedra quiere validar que el alumno está presente y para esto pide prender la cámara, está facultado para hacerlo, se debe cumplir porque es una presencialidad así sea en entornos digitales”.
En el contexto del teletrabajo, explica que debe existir desde el principio un contrato base que establezca el entorno de trabajo en la casa y se le garantice al empleado las herramientas tecnológicas para que se presente esa réplica de lo que sería la oficina física. “Para que no se presenten conflictos que lleven a un posible acoso laboral o incumplimiento del contrato se debe dejar reglamentado que la presencialidad implica horarios laborales específicos y activar micrófonos y cámaras. En el caso de las personas que trabajan de forma remota también deben encender la cámara durante su horario laboral teniendo en cuenta que prestan su servicio de forma personal”.
“Cuando un profesor o empleador exigen prender la cámara durante una clase o una reunión no se está vulnerando ningún derecho porque en ese momento están en espacios públicos, la responsabilidad está en no mezclar la vida con lo laboral o académico. Se puede administrar la privacidad usando las soluciones que brindan las plataformas como fondos de pantalla o desenfoques para que se pueda separar los entornos laborales o académicos con lo personal”.
Por otro lado, Juan Pablo Salazar, abogado experto en Derecho cibernético, señala que cuando se prende la cámara la transmisión se convierte en un dato que puede ser la voz, el rostro o la casa. Todo esto para la ley en Colombia es un “dato sensible con el que se pueden identificar a las personas e incluso podría afectar el ámbito de la intimidad. Bajo el estricto sentido de la ley, un estudiante o un trabajador pueden negarse a activar la cámara porque es un dato biométrico, pero por otro lado estaría contrariando las normas de netiqueta digital que se han creado para los entornos virtuales”.
En el escenario de los empleados, dice que al firmar el contrato el trabajador autoriza el tratamiento de los datos personales, incluidos los biométricos o sensibles para los fines que públicamente están contemplados. “Es por ley que se establece la protección del tratamiento de datos personales (ley 1581 de 2012), en ella se establecen cuáles son las medidas que tienen las empresas. En caso de que no se haya suscrito esta cláusula, se debe actualizar el contrato. Una persona puede prender la cámara únicamente cuando lo autorice, excepto que en el reglamento o los contratos se tenga una condición concreta que diga que en las reuniones se debe tener activada la cámara, ahí rige una normativa especial que se debe cumplir”.
¿Puede ser acoso laboral?
Antes de la pandemia en Colombia habían 122.000 teletrabajadores y durante el confinamiento la cifra aumentó a 4 millones de personas laborando bajo las modalidades de trabajo a distancia o trabajo en casa, según el Ministerio del Trabajo.
Estas nuevas maneras traen una pregunta: ¿puede el empleador sancionar por no encender la cámara en espacios laborales virtuales? De acuerdo con un informe del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, la exigencia de encenderla en reuniones de trabajo sin que exista un fin y constituya una medida necesaria puede llegar a convertirse en acoso laboral.
“Cuando le piden al trabajador tener la cámara prendida durante las ocho horas laborales la medida no es proporcional porque se debe tener en cuenta que está en la casa, con la familia y puede afectar su intimidad, se pueden presentar casos de datos sensibles, que tienen mayor protección como, por ejemplo, elementos o símbolos que están pegados en la pared. Al trabajador se le tiene que respetar el derecho a no mostrar esto”, dice Iván Daniel Jaramillo, investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.
También aclara que obligar a prenderla se convierte en acoso laboral únicamente cuando “se utiliza de forma indebida para infundir terror, angustia, miedo y provocar la renuncia del trabajador, en ese contexto se puede estar presentando un caso de acoso laboral que están en la Ley 1010 de 2006”.
El experto puntualiza que el empleador está en todo el derecho de pedir encender la cámara durante un tiempo determinado en eventos como reuniones con clientes, presentación de nuevo personal o una entrevista. Agrega que se llega al extremo cuando se solicita un paneo del lugar donde se encuentra porque esto no tiene una finalidad determinada. “El correcto uso de los medios de comunicación está orientado bajo la regla de proporcionalidad que, técnicamente, dice que la medida del empleador debe ser idónea, necesaria y proporcional, que sea admitida en la ley”.
Es un hecho que en esta pandemia la tecnología permite dar continuidad a las actividades laborales y académicas. La cámara se ha convertido en una aliada para estar un poquito más cerca de los profesores y compañeros, ya depende de cada uno darle un uso moderado. Mientras tanto, los encuentros (reuniones y clases) seguirán virtuales, y de fondo se oirán esos sonidos cotidianos que antes eran ignorados
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